Yo soy, una revolución solar con los pobres de espíritu


Tenía por costumbre apartarme a monasterios inhóspitos para celebrar la revolución solar en entornos de silencio y meditación. No importaba la religión o la creencia, porque el silencio y la meditación son universales, y no pertenecen a ningún credo o fe. Pero este año, que tan apartado ando de lo sagrado y, por lo tanto, tan cerca de los pobres de espíritu, tuve un día normal en un mundo normal en una atmósfera normal.

Lo hermoso fue compartir el día con mi compañera de viaje, disfrutar del sagrado cotidiano y entender que la celebración de la Vida puede hacerse de cualquier manera, siempre que seamos conscientes de que estamos vivos, de que un surco magnético del universo nos atraviesa y de que, entre las rejillas galácticas, alguna dimensión desconocida encarnamos.

Así que nos levantamos temprano, al albor de las primeras luces, la alborada hermosa que vemos desde nuestra privilegiada ventana. Fuimos a desayunar a un nuevo pueblo. Hemos cogido la costumbre de una vez a la semana desayunar en algún lugar que no conozcamos, por interaccionar con esos tantos universos próximos y poder ver y sentir las energías de cada sitio.

Esta vez tocó Valdemorillo, y nos pusimos tibios desayunando unos de los churros y porras más ricos que he probado, con el permiso, claro, de los de Cuenca. Nos sorprendió gratamente el pueblo y tomé nota por si al final tenemos que hacer esas guías que nos encomienda la Comunidad de Madrid. Sin duda, un pueblo hermoso en la Sierra Oeste.

Tras el desayuno y la visita obligada a la plaza del pueblo con su ayuntamiento, llegamos a la iglesia. Justo empezaba la misa y como había un alegre coro, decidimos quedarnos. El cura, vivo y vivaz, nos habló del “yo soy” y del “sarmiento”. Nos recordó cuando la zarza ardiente se le apareció a Moisés y ahí apareció el primer “yo soy”. Y como Jesús, bien conocedor de los antiguos testamentos, utilizó ese yo soy para referirse a sí mismo y su conexión con el Padre Celeste. “Yo soy la Vid”, “yo soy la Luz”, “yo soy el Camino”, “yo soy la Vida”. Reconozco que en algún momento del pregón me emocioné hasta el punto de soltar alguna lágrima. De repente sentí que ese “yo soy” crístico y sagrado me atravesaba, y tomaba consciencia, en aquel lugar inmaculado, de que la Vida nos atraviesa, y estamos vivos.

En el silencio aparente de la misa, reflexionaba sobre aquel grupo que se hace llamar así, “I am”, “Yo Soy”. El movimiento, inspirados por las corrientes teosóficas de tiempos pasados, cree en la existencia de una jerarquía de «Maestros Ascendidos», una jerarquía de seres que, por edad espiritual, guían y orientan a nuestra perdida humanidad.

Tras la misa, el ágape. Y mientras comíamos una rica pizza de setas funghi para celebrar el día especial, pensaba en el “yo soy”, en los pobres de espíritu, sobre esos que nos sabemos arruinados espiritualmente, alejados de la fuente, perdidos, en bancarrota interior, pero que, de alguna manera, nos arrodillamos humildemente para reconocerlo, buscando saciar la sed interior que nos invade. Es algo extraño porque la única forma de descifrar el misterio de la existencia es reconocer humildemente que estamos ante una gran revelación a la que no podemos acceder. Lo sentí en la iglesia escuchando el sermón y las alabanzas del coro. Lo siento cuando miro la naturaleza y contemplo sus maravillas. O cuando abrazo en silencio el amor y la triada que de él surge. Se siente cuando respiramos profundamente en consciencia.

Pensaba en todo eso también esta mañana, en mi primer día como nuevo recipendiario de este nuevo tiempo, mientras contemplábamos atónitos y algo desesperados como la lluvia, el viento y el azaroso azar, habían derrumbado todo el muro de la entrada de la parcela que aspira a ser un lugar de silencio y meditación. Me preguntaba, algo desesperado por la situación, por qué a veces ocurren estas cosas. Y por qué precisamente ahora, en una semana complicada de un tiempo complicado. A pesar del cabreo mañanero, en algún momento respiré profundamente y me dije: “yo soy”.

 

 

Los dardos de la belleza


 

 

Paré en una plaza que desconocía, gracias a esa necesidad que a veces uno tiene de perderse por las vicisitudes de la vida. Me quedé un rato observando mientras tomaba un café acompañado de una napolitana. A pesar de estar en el mismo centro de la gran ciudad, allí parecía que el tiempo era otro, y la simpleza de la existencia, un profundo respirar genuino.

Hacía un rato había estado en esa maravillosa casa que tanto me recuerda a las emblemáticas moradas helvéticas o germanas. Toda esa madera, toda esa elegancia, y ese olor tan peculiar que me trasladan a antiguas reminiscencias. De alguna manera es como si siempre hubiera estado allí, o como si una parte de mí, o de algún gran ser mayor a mi percepción, hubieran habitado en esas amplias estancias. En frente está el Centro de Investigaciones Científicas, lo cual me acuna aún más en esa añoranza por no haber podido explorar aún más el mundo académico. Algo que me hace estar perdido, desorientado, especialmente después de tanto esfuerzo investigador, pero que me anima a buscar tiempo allí donde no hay para intentar meter, a cual curioso en un ancho cosmos, un trozo de cabeza y corazón. En todo caso, fue hermoso pasar un breve tiempo en ese hogar junto al buen amigo, para seguir explorando la edición de Tomás, apodado el incrédulo por algunos.

Esperaba en la cafetería porque teníamos, antes del encuentro en la Ecclesia, una reunión de acción política con los consejeros escolares, grupo al cual pertenezco. No sé si ser doctor sirve de algo, pero me gusta ser útil allí donde exista una necesidad, y ser consejero de un instituto de secundaria es una forma de sentirme próximo a esa añoranza académica. Así que entre la casa helvética y la cafetería tuve tiempo para el café, la reunión virtual y el encuentro místico con artistas en aquel rincón perdido de María Santísima.

En el encuentro, casi secreto y entre santos y música, había gente famosa, conocidos e ilustres artistas y académicos, y el grupo de los anónimos, que disfrutábamos invisibles del colegio de los caballeros de Dios, los caballeros consagrados, o los caballeros Kadosh, que dirían los ilustres. De entre ellos, había uno que en su turno recitó sentidamente un poema de memoria, que hacía alago a los dardos de la belleza. Quedé embelesado mientras escuchaba, entre órganos y corazones ardientes, los versos radiantes. Entre los asistentes se coló un frailecillo, guardián supremo de aquel templo que nadie conoce, pero que convive en el centro de la ciudad con el ruido de los coches y el trinar de los pájaros primaverales. El monje fraile nos miraba con estupor, mitad asombro, mitad miedo, por no entender lo que allí se estaba conjurando en nombre e in honorem de Mariae Magdalenae.

Hablamos de lo necesario del sacrificio, del compartir, del consagrar, de la luz y la consciencia y del requerimiento casi divino de sentirnos vivos. No pude asistir al ágape, porque me doy cuenta de que la vida pasa rápida y no llego a todas partes, así que volví, descarbonizado en el silencioso eléctrico, escuchando música, adentrándome en la oscuridad de la Sierra Oeste, ya de noche, observando, cuarto creciente invicto, en silencio interior, los dardos de la belleza. Qué sublime la vida. Qué sublime el amor hacia todas las cosas y todos los seres sintientes. Incluso ese instante en el que esta mañana, mientras colocábamos los libros recién llegados de Vicente Merlo, la perra Aura (Auritxuqui de Calcutini) posaba inocente mirando, como a ella le gusta tanto, hacia ninguna parte. O cuando esta mañana desayunábamos por puro placer en esa hermosa cafetería mientras hablábamos de lo humano (las inseguridades) y lo divino (las esperanzas). Miraba su hermosa cabellera negra y me decía: benditos dardos de la belleza.

La agitada vida de volver a la ciudad


 

Volver a la vida cotidiana supone un esfuerzo aparente por mostrarse amable, acudir a las llamadas que se propongan y estar a la altura de todo cuanto ocurra a nuestro alrededor. No recordaba la exigencia que suponía vivir cerca de la gran ciudad, y todos aquellos acontecimientos y eventos que pueden surgir a cada instante. En el fondo no me quejo, porque después de diez años encerrado en una cabaña sin apenas ningún tipo de actividad más allá de las organizadas desde nuestra fundación y nuestro proyecto, el estar en esta situación inversa supone un gran reto y de paso, un gran cambio de aires lleno de estímulos y promesas.

Esta semana está plagada de acontecimientos. Me ha recordado a mis tiempos de embajador consorte, donde cada día y a veces a cada instante, había algún tipo de sarao que atender, alguna reunión, algún evento, fiesta, compromiso, coloquio, conferencia que dar o recibir, presentación, cena, comida, desayuno, meriendas. Un sinfín de cosas que la gran ciudad ofrece para aquellos avispados que la quieran disfrutar. También a mis tiempos de editor paracaidista donde todo valía con tal de vender más y más.

Mi semana empezó el domingo viendo a viejos amigos que de alguna manera empezaron el proyecto gallego. Fue muy emotivo y surgía de nuevo la idea de recolectar toda ese ingente potencial humano que participó del mismo para crear algo nuevo. Me emocioné con la idea y pensaba que el humilde proyecto que ahora pretendemos crear realmente se quedaría pequeño si quisiéramos albergar toda la magnitud que llegamos a crear en el norte. Estuve estos días mirando y pensando cómo hacerlo, y hoy saltó la alarma de una gran finca que venden justo por aquí cerca por el módico precio de dos millones de euros. Enseguida se me fue la imaginación con la posibilidad de poder adquirirla y continuar con el proyecto de la Escuela Internacional de Dones y Talentos, la cual quedó a medias, y también con el proyecto de la Escuela de Meditación, Estudio y Servicio, la cual empezó, pero nunca se desarrolló en toda su magnitud. El alma, o la cabra, como dice el refranero popular, siempre tira al monte. Y como el soñar es gratis, ahí quedó el sueño, sin saber de qué manera podría movilizar de nuevo a medio mundo para lograr, ahora sí, terminar lo empezado.

Después de haber engordado casi veinte kilos en estos últimos meses, ayer empecé mi primera clase de yoga después de mucho tiempo sin saludos al sol, sin yama ni niyama, sin todo aquello que resulta ser la base de cualquier yogui vestido de modernidad. Después de casi diez años viviendo una vida plenamente yóguica, con nuestro raja yoga, nuestro bhakti yoga, nuestro hatha yoga, nuestro jñāna y nuestro karma yoga acompañado de tanta y tanta renuncia, la sesión de ayer se me quedó muy pequeña. Me sentí completamente alejado de todo aquello que me impulsó durante años, y me agarré como una tabla de náufrago a esa especie de imitación epidérmica que pretendía en menos de una hora, condensar todo aquello por lo que habíamos trabajado. Fue una sensación horrible el enfrentarme a mi cuerpo amorfo, a mi mente atrofiada y mi ser alejado de casi todo. Sin embargo, suspiré profundamente, me agarré a esa tabla y sentí el anhelo profundo. No se puede, sin pagar un precio a veces excesivamente caro, abandonar el camino del corazón. Las crisis del alma en el camino del tejedor siempre son inevitables.

Hoy me levanté con la buena noticia de que me empezaban a dar actividad en el mundo político. Otro mundo que también añoraba y que durante diez años abandoné. Después de mi intenso activismo pasado, volvía de nuevo a la palestra. El encargo de momento era fácil, ser el representante político de una institución educativa en el barrio de Embajadores. Es una forma de empezar, de meter la patita en una actividad que debería ser sacra y santa y que se ha convertido en prosaica y maliciosa. El secretario de organización me llamó para darme la buena nueva mientras conducía a la feria de Genera, donde quería impregnarme de los avances en tecnologías ecológicas y alternativas. Disfruté muy poco tiempo, viendo a las grandes empresas chinas y turcas intentando competir con pequeñas empresas españolas, pero suficiente para darme cuenta de todo lo que había cambiado el panorama de las energías renovables. Increíble, que diría aquel.

Había quedado a comer con un viejo amigo, un empresario por la mañana y profesor de yoga por la tarde. Quedamos en el que hasta hace muy poco había sido su gran hotel, y desde allí recordamos viejos tiempos. Qué sincronía más integrativa y apropiada. Hablamos de yoga, de lo profano y lo sagrado entre risas y anécdotas, del mundo de la empresa y del mundo del espíritu, como si de alguna manera, en ese extraño camino del medio, todo se pudiera conjugar armoniosamente. Esa moda de consagrar lo profano, o de hacer milagrosa la vida cotidiana. El sagrado cotidiano, que le llaman. Es bella la amistad cuando no pide ni exige nada, sino que se limita a compartir, aunque sea esa frase tan elocuente que termina siempre diciendo: “cómo pasa el tiempo”. Qué buena señal cuando el tiempo pasa y la amistad resiste a todos sus avatares. Qué afortunados los que pueden decir eso.

Y así, hasta el próximo domingo, la agenda llena de compromisos y eventos. Reuniones en cámara de en medio, la invitación de una fundación para no sé sabe qué, el encuentro mañana con Freeman, otro con Emilio Carrillo y cerrando la semana con la celebración de Imbolc que realizará la GFU en un bello asrham que frecuentaba en mis tiempos más mozos. Así es la vida en la ciudad, llena de estímulos, llena de recuerdos, pero también, fuente de inspiración para adentrarnos en los anhelos más profundos de nuestra alma, aunque sea desde la vida cotidiana y su sagrado estímulo.

Oferta black friday en coche en venta


MITSUBISHI OUTLANDER PHEV ETIQUETA CERO: 15.900 EUROS

TOYOTA PRIUS ETIQUETA ECO: 1.900 EUROS

Hola a todos,

tenemos tres coches en la familia y creemos que con uno tenemos más que suficiente, especialmente ahora que vivimos en un entorno familiar y tranquilo. El Mitsubishi que vendemos lo compramos cuando vivíamos en la montaña, un lugar donde a veces nos quedábamos aislados con la nieve y este potente coche 4×4 nos sacaba de cualquier apuro. Tiene 158.000 km, es del año 2016 y está completamente equipado. Es de los mejores coches con sistema híbrido enchufable que existen actualmente y ha sido un top ventas en toda Europa.

El otro coche es nuestro querido Prius, toda una leyenda para los que habéis seguido este blog desde el principio. Entrañable amigo de aventuras, ha llegado el momento de desapegarme del cariño que le tengo y darle una segunda oportunidad. Lo vendemos por 1.900 euros (aún recuerdo cuando los navegadores costaban tres mil euros como extra en este coche).

En fin, toca desapegarse de algunas cosas materiales para construir cosas nuevas.

Si alguien está interesado en alguno de los coches, por favor, poneros en contacto conmigo en este mail: legosum@gmail.com

un abrazo a todos…

 

 

 

 

Nos contamos historias para poder vivir


Aquí es donde vivo ahora, en mi nueva Montaña de los Ángeles

Hoy hace justamente un año que cerramos la utopía. Hace unos días me preguntaba si al hacerlo me había quedado sin sueños, o si la propia humanidad entera había perdido un pequeño hilo de esperanza. En este último año se cerraron muchas cosas, entre ellas este pequeño blog del cual necesitaba descansar. Pero estos días, ante la insistencia de unos y de otros y viendo los acontecimientos mundiales, decidí abrirlo de nuevo, no pensando en aportar algo nuevo o decir algo inspirador o ingenioso, sino más bien, sin esperar nada a cambio, solo escribir para cumplir, como decía aquel, con nuestra parte.

Me inspiró una conversación que tuve con Javier en la calle Serrano, en esa hermosa casa de estilo helvético que tanto me gusta. En el salón de reuniones, tras caernos encima un chapuzón inesperado, hablamos distendidamente sobre de qué manera podríamos contribuir a la difusión del mensaje de paz y amor que tanto se necesita en estos tiempos. Tener una editorial es una buena herramienta de difusión, de influencia, de contagio. Poder utilizarla, como hemos hecho hasta ahora, debería aportar una pequeña estrofa en esta historia humana. En esa conversación sentí la necesidad de volver al barro, de volver a la insistencia, de volver a la necesidad de servir al plan de amor y de luz.

Este primer texto promete ser desordenado. He perdido el hilo de la conversación y ya no recuerdo qué nos contábamos en la pasada primavera, o qué contaba desde esta ventana abierta y libre. Digamos que me he aburguesado en esta nueva realidad en la que ahora vivo y había olvidado cosas esenciales de mi propia vida. “Nos contamos historias para poder vivir”, decía Joan Didion. Aquí había contado muchas historias desde el ya lejano 2008. Ese año, tras un hermoso e intenso viaje a Mongolia, empezó la andadura de este blog. Ahora la retomo, con la ilusión de siempre, y con el afanoso deber de seguir inspirando y buscar inspiración.

Hablemos, contemos, vivamos, intentando aprender de los beneficios del diálogo socrático, siendo conscientes de que todo lo que hacemos, y sobre todo, de aquello que no hacemos, como decía Bauman, repercute significativamente en este mundo global. Y ahora siento la necesidad de contribuir, de aportar, de inspirar, porque solo la inspiración de los otros nos puede llevar a vivir una vida mejor y más hermosa, más bella, más equilibrada. Eres hermoso, eres bello, como me dicen todos los días desde hace un año. ¿Por qué no creernos esa inmensa verdad y compartir belleza y hermosura con el mundo?

Y hoy es el cumpleaños de una buena amiga que seguía este blog desde el principio, así que sirva esto como regalo. Así, con los pequeños gestos, nos adentramos en la nueva ética del cuidado, del detalle, del arrumaco.

Y también hoy seguimos estremecidos por la situación mundial, por cómo se está complicando todo y de qué manera las puertas que sellaban el mal se abren una y otra vez en esta desesperante situación mundial. Debemos construir bloques de paz, o mejor aún, bosques y montañas de paz. Lugares seguros, lugares amables, lugares bellos y hermosos. Las guerras son desesperantes. Estamos ya en el siglo XXI. Deberíamos vivir en un milenio de paz y reconciliación humana.

Y hoy hay amor y esperanza al mismo tiempo, incubando una promesa, acompañado felizmente, viviendo en cierta armonía y paz e intentando compartir de alguna manera el progreso que pueda sentir de forma particular. Porque el Reino está entre nosotros, y a ese Reino nos debemos. Todo lo demás es provisional, temporal, anecdótico. Y ese reino crece ahora como una semilla de siete milímetros que desea expandirse y progresar en el vasto mundo de la experiencia espiritual.

Así que, con vuestro permiso, nos contaremos historias para poder vivir. Una vez más. Inevitablemente.

Todo el mundo tiene derecho a volver a empezar


© @moments_by_re

“Los hombres generosos y valientes tienen la mejor vida; no tienen ningún temor. Pero un cobarde le teme a todo. El avaro teme siempre a los regalos”. Hávamál, poema escandinavo.

Leíamos en la prensa salmón una frase de Alexander Hamilton, primer secretario del Tesoro estadounidense, que decía: «la gente a veces atribuye mi éxito a mi genialidad; la única genialidad que conozco es el trabajo duro«. Sin duda, el trabajo duro es lo que nos acerca siempre a todo éxito y lo que hace que, a nivel individual y colectivo, el mundo crezca y se expanda. El trabajo duro, más que la palabrería y los brindis al sol, es lo que hace que la vida renazca una y otra vez. La genialidad, la persistencia, la voracidad de los instantes, el pulso que hacemos constantemente a la vida, es lo que nos permite desembarcar en cualquier isla y, aunque náufragos, guardar la esperanza de que volveremos a empezar, de que volveremos a vivir de nuevo en algún paradisíaco lugar. Así se forjan las utopías, así se forja la vida entera.

Hoy, agotados por la historia que desde hace semanas nos envuelve, en un momento de desazón y pesadumbre, nos subimos a la moto eléctrica y en silencio buscamos una tranquila cafetería. En mitad de la merienda apareció Golly, una persona desahuciada que iba pidiendo unas monedas para comer. Le dimos las monedas y pensamos que además de las mismas, quizás le apetecía algo de escucha, cariño y atención. Empezamos a preguntarle sobre su vida, y él, en su ilusionante discurso, nos repetía una y otra vez que pronto iba a heredar algo, y que con ese dinero montaría un local donde ofrecer cafés y donde la gente pudiera escuchar algo de música. Nos hablaba con emoción de su pasado, de aquellas glorias ya pretéritas que todos alguna vez hemos saboreado, unos con mayor suerte que otros. Se le iluminaban sus ojos pensando en ello, tarareando que algún día, su vida cambiaría y dejaría de pedir por las calles.

Cuando se marchó después de tomarse algo con nosotros, algo se nos removió por dentro. Es tan fácil perder la cabeza, la salud, la vida y terminar desahuciado, en la calle, solitarios, pidiendo dinero, cobijo o simplemente un poco de charla y cariño. Todos los días estamos a poco de saltar al abismo, de cruzar líneas rojas, de perderlo todo y sentir que nada tiene sentido. Lo hemos visto tantas y tantas veces en estos años, o en aquellos en los que trabajábamos en los arrabales más pobres e intentábamos ayudar a unos y a otros desde nuestro prestigioso pedestal. Haciendo tanto y tanto mientras otros se instalaban en la queja, en la ofensa, en la palabrería.

Nos sentimos algo molestos por dentro. Quizás hoy Golly, como tantos otros, dormirá en la calle. Gente sin casas, casas sin gente. Sentimos algo de ardor interior al ver que la casa de acogida está cerrada. Y que ni siquiera nosotros tenemos casa, porque cuando la enseñamos, la compartimos, cuando invitamos a desconocidos a tomar algo, les damos de comer, les acogemos en sus fantasías y anhelos, les vestimos, les salvamos de un suicidio o de la miseria, resulta que siguen juzgando nuestro aparente privilegio, nos llaman egoístas o nos reclaman su propia parcela, su propio privilegio, a veces, ganado únicamente desde la queja, el enfado, el rencor, el odio y la poderosa convicción de que algo que no es suyo, les pertenece.

Aún recordamos cuando nos escapábamos de la formalidad universitaria para leer a escondidas a Cioran, descubriendo que la inevitable amargura solo puede ser sublimada por la ironía, quizás con algo de humor. Mucha gente vive atormentada y se empeña en atormentar la vida de otros, de oscurecer sus anhelos, sus sueños. No ven la gracia, la bondad, la paciencia, la misericordia del mundo, el trabajo duro y esforzado de cada día. Solo pueden adornar con flores artificiales sus vidas, esas flores que guardan aún su etiquetita dorada “made in Hong Kong” pegada bajo los pétalos. El poeta, y lo dijo alguna vez, pensó que bastaría con un pequeño gesto sin esfuerzo para despegar esa etiqueta y empezar a creer en la ilusión de estar vivos, sin rencor, sin odio, sin tormento. Solo un pequeño gesto, solo una fuerza sublime que nos separe de lo artificioso, de lo mentiroso, para encontrar cierta naturalidad en las relaciones, en la vida, en la profunda existencia. Dejar la palabra para adentrarnos en el verbo, aunque el verbo duela, escueza, supure. Obras, acciones, trabajo, tan lejos de la etiquetita dorada, pequeños gestos lejos de la palabra vacía e hiriente.

Ese vivir y dejar vivir, esa charla amable con Golly en la cafetería, ese disfrutar de tu privacidad, de tu espacio como se te antoje, sin que nadie tenga que recriminar que has puesto hoy las sábanas de color rosa, o que has utilizado tus espacios para trabajar en lo que te dé la gana. Qué desfachatez esa de llamarte egoísta por intentar ser feliz y disfrutar de lo tuyo, de aquello que ganaste con esfuerzo y trabajo, que diría Alexander Hamilton, o simplemente cantando y tocando la guitarra, como tanto desea Golly.

Todos tienen, tenemos, el derecho a recuperar nuestras vidas. Todo el mundo, como Golly, tienen, tenemos derecho a volver a empezar. Es algo sencillo, simple, algo sincero y natural, sin etiquetas, sin palabrería. Cioran, compitiendo con Sartre y Camus lo dijo de forma profunda en “De lágrimas y de santos”: “¿Es posible que la existencia sea nuestro exilio y la nada sea la casa?” No tengamos ningún temor, sigamos siendo generosos y valientes. No dejemos que los ávaros teman nuestros regalos. Seamos naturales en nuestras parcelas, en nuestras vidas, vivamos y dejemos vivir, sin más. No sabemos aún por qué esta fórmula tan sencilla nos resulta tan extremadamente difícil.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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Samhain, al final de la cosecha, comienza la estación oscura


 

Estamos en la fiesta del año nuevo celta. Lo celebramos en la pequeña ermita con un ritual improvisado, rodeados de recuerdos, de tradiciones, de creencias que se elevan más allá de nuestro entendimiento. Tras el ritual de fuego y de petición de inevitables deseos para este nuevo año solar, nuestras almas decidieron por un momento desconectar la máquina de pensar. Utilizaron esa pequeña nave adimensional para viajar a otros mundos, a otras realidades. Solo un fantasma improvisado nos despertó del viaje y nos trajo de vuelta un tiempo más tarde. En una noche de muertos y fantasmas, pudimos sentir ese miedo que nos recorre siempre que pensamos en la finitud de nuestras vidas, y en la esperanza inevitable de la vida eterna.

En esta fiesta de transición se han conjugado varias cosas necesarias para la supervivencia psicológica. En primer lugar, rehacer esa vida personal tan abandonada estos tiempos, tan entregada a los demás, a las causas, a las utopías, al otro y a lo otro, sin encontrar nunca un justo equilibrio entre lo propio y lo ajeno. Lo segundo es que para conseguir esto, se ha cerrado un ciclo importante, cerrando una casa de acogida que atrajo a cientos de almas y que ayudó a transformar el corazón de muchos.

Siento que a nivel espiritual se ha cumplido un ciclo importante, y la cosecha ha sido buena. A nivel material, veo la chimenea de esta pequeña cabaña, ahora compartida con amor y cariño, y me siento satisfecho, a pesar del reto que supone volver a empezar, volver a poner orden y equilibrio en todo y arriesgarlo todo por saborear una vida nueva, un mundo nuevo, una utopía nueva.

No pensé en este duro verano que empezaría el otoño de forma tan diferente, tan especial, tan bien acompañado, tan feliz y tranquilo, en paz, en cierta armonía y con tan necesaria prudencia y esperanza. Samhain expresa un fin de ciclo y el comienzo de uno nuevo, la estación oscura. Recogimiento, acopio, meditación, silencio, provisión, abstracción, ensoñación, transición.

En la tierra que me vio nacer, el Samhain se celebra con otro nombre: la Castanyada. Castañas, boniatos y panellets forman parte de las ofrendas que se hacen a los difuntos, a los muertos, mucho antes de que las tradiciones cristianas desplazaran las tradiciones paganas. En la tierra que ahora me acoge, la tradición es llamada el magosto, y de igual manera, está asociado a los ciclos, a la recogida de la castaña, y a las ofrendas que se hacen a los muertos.

Este tipo de fiestas nos hablan de ese necesario umbral, de ese cambio de ciclo que anualmente nos quiere recordar que en este planeta existen estaciones oscuras, el otoño y el invierno, y estaciones claras, la primavera y el verano. El otoño y la primavera son estaciones de transición hacia el invierno y el verano, lo cual nos da otra pista sobre la necesaria creencia de la transición hacia el otro mundo, tan celebrado en todas partes con diferentes tradiciones y costumbres. El Día de Todos los Santos, esa forma cristiana de arropar a las tradiciones paganas, nos sume en la reflexión de que la vida pasa rápido, y de que pronto, seremos uno más en ese recuerdo inmemorial de nuestro paso por la tierra.

Qué dejamos aquí, qué sembramos en este hermoso planeta, será la cuestión a reflexionar en este tiempo oscuro. Así que pensemos con cierta solemnidad qué deseamos cocrear, y desde dónde. Dejar cosas materiales hermosas, relaciones emocionales profundas, ideas, pensamientos, inventos, lugares de luz, semillas transformadoras, consciencia, amor, vida.

De tener casas a crear Hogar


Hoy cerrábamos la casa de Muxía, en la Costa da Morte, después de meses de periplos y aventuras. Fue un trueno y su luz cegadora lo que propició el adelanto de la mudanza, que estaba programada para de aquí a unos días. Cogimos las cosas, cerramos la puerta de la gran casa y nos fuimos. En el camino brillaba la luz del sol remojado en gotas de lluvia intermitente que creaba un continuo halo de arcoíris. Una temperatura inusual para este tiempo nos acompañó.

Atrás dejábamos unos meses duros, muy duros. Un limbo en el que nunca tendríamos que haber entrado, un laberinto que nos perdió y nos alejó aparentemente. Descargamos uno de los coches. Toda una vida condensada en cosas que vamos llevando de un lugar a otro cuando la vida nos invita a explorar, a partir hacia mil aventuras. Pero no solo estábamos descargando el coche, sino invitándonos a empezar de nuevo, a cocrear de nuevo desde el deseo y el amor, desde la consciencia y la vida. Hoy nacía una invitación, una propuesta, un estímulo para dar sentido a toda nuestra existencia.

La vida invita a otra cosa. Hemos cambiado casas, muchas casas en los últimos meses para ella y en los últimos años para mí, con la idea de formar hogar. Más que una idea, diría que es un deseo ardiente, algo interior, que nace en ambos con mucha fuerza. Coincide que ambos hemos cerrado ciclos de nuestras vidas y que ambos queremos forjar algo diferente y algo trasnochado para los tiempos que corren: crear familia. Se trata de poner y fijar un hogar, un fuego, un núcleo, una puerta adimensional para que otras almas encarnen y gocen de esta escuela, de esta oportunidad, de esta aventura del vivir. Eso que hacían los antiguos de unirse para crear Vida, añadiendo el componente de que nosotros también queremos apostar por crear Consciencia y Amor.

Casas podemos tener muchas. Algunos incluso osados nos hemos atrevido a compartirla veinticuatro horas y trescientos sesenta y cinco días con auténticos desconocidos. Un pequeño patrimonio, una casa, en el fondo son cuatro paredes que reclaman algo más. Puede ser un refugio, un cuartel general donde siempre volver, y también, puede ser un hogar.

El ignis de los antiguos, el fuego, tiene un componente místico y esencial. El fuego, el hogar, requiere algo más que cuatro paredes, algo más que una casa. El tránsito de tener vivienda a componer un hogar es muy sutil. Es casi un requerimiento místico o espiritual, si entendemos esto como algo etérico que va más allá del entendimiento material. Requiere fricción entre dos partes, roce, cariño, amor. Un abrazo, una desnudez nocturna, pero también una complicidad, un proyecto común, un anhelo de pertenencia y aplomo hacia una realidad compartida, a veces compleja, que se ensancha con el tiempo. Hogar, fuego, calor. Calor humano, imprescindible, calor compartido que, al conjugarse, provoca más calor, más vida, más unión, más profundidad, más complejidad.

Uno con los años, después de tantas casas, de tantos cambios, de tanta emigración constante, entiende que no es lo mismo tener cuatro paredes que tener hogar. También entiende que el ser humano, en su constitución, requiere, más allá de las perversiones de nuestro tiempo, crear familia. Ya lo dijo Jehová en el Génesis: no es bueno que el hombre esté solo. Y por eso creó a la mujer. Sabemos que estamos hablando en términos simbólicos y arquetípicos, pero esa conjunción natural, ahora tan desnaturalizada, es de una profundidad nada entendida. Hogar, familia, creación. Vida, amor, consciencia. Ahora, más allá de las cuatro paredes, el fuego se aviva. Podemos tener casas, muchas casas, pero crear Hogar y Familia es algo muy distinto.

Retablos


«La verdad es que, a pesar de las dificultades insuperables, todos nosotros siempre esperamos que algo extraordinario suceda». «Y las montañas hablaron», Khaled Hosseini

Me levanté perezoso a las seis. Un día largo me esperaba. Como llovía, tras acercar al bon home a la estación de tren, volví y me quedé en la oficina, en mi querido balneario. Desde hace tres semanas no paro de trabajar en la editorial, así tengo menos tiempo para pensar, para fugarme y huir a cualquier isla paradisiaca.

Como fue su cumpleaños, me invitó a comer pizza, pues sabe que es la mejor manera de sacarme de mi atolladero. Un alma cándida y noble, de belleza exquisita por dentro y por fuera. Si pudiera y quisiera tener hijos quizás le pedía santo matrimonio. Pero más allá de nuestra profunda amistad, no hay llama que nos acompañe. Así que pasamos un rato hermoso, compartiendo bromas a sabiendas de que en todo el valle somos los solteros de oro, solteros ya casi sin remedio, no sé si por nuestra edad o por nuestras propias exigencias a la hora de elegir pareja. Si tenemos que tirarnos a la piscina, por lo menos que sepamos que va a merecer a pena, dure lo que dure y ese precio es alto, muy alto, y así nos va.

Me llamó después de once años sin saber de él. Me tiene larga estima porque según sus propias palabras, le salvé la vida publicando su poemario. Era o editar un libro o tirarse por la ventana, me dijo agradecido. Nos pusimos al día después de tantos años ausente de tantas y tantas cosas. Me recordó a la bella maga, y me decía que no debía enseñar todos mis ramales mentales. La gente se asusta cuando nota un exceso de inteligencia, me decía congojado. Nunca encontrarás pareja si no escondes algo de esa luz. Como no tengo abuela, cuando alguien me echa algún piropo me retuerzo de alegría, porque todos deseamos que de vez en cuando nos rieguen los oídos con algo bueno y positivo. Lo contrario, aunque esté vestido de sinceridad, produce malestar y destrucción. Así que mejor aprender a decir cosas bonitas, y mejor guardar los torpedos autodestructivos solo para momentos de extrema urgencia. Por cierto, gracias querida Lola por las hermosas palabras de ayer, palabras que resucitan a un muerto.

El día de antes otra amiga me llamó diciendo que debía rebajar mi lista de exigencias. Que no podía ser tan inflexible en un tema tan fluido como es el amor. Me resulta difícil explicar esto sin ser excesivamente arrogante u orgulloso. A veces la soledad es mejor compañera que la necesidad, y por necesidad, no deseo arriesgarme a compartirme a cualquier precio. De ahí que la exigencia siga inmaculada. Desde hace muchos años ya no estoy en venta, ni en lo económico ni en lo profesional ni en lo emocional ni en lo espiritual. No soporto la gente que hace turismo emocional y se vende a cualquier precio, se entrega a cualquier suma o prostituye su cuerpo y su alma solo por búsqueda de placer placebo. Solo obedezco la voz de mi alma, cuando puedo escucharla, porque a veces, el ruido de la vida cotidiana te aleja de su llanto. Y nunca sabes por qué el alma te lleva de un lado para otro, de una persona a otra, pero sé que alguna poderosa razón tiene, y a ella obedezco.

A pesar de las dificultades insuperables, siempre espero que algo extraordinario suceda. Al fin y al cabo, la vida del alma siempre resulta extraordinaria. Incluso cuando nada ocurre, si estás mínimamente en diálogo constante con tu interior, con tu consciencia, con tu yo esencial, siempre ocurre algo extraordinario. El propio hecho de estar vivos, de respirar, de sentirte expandido en el hilo vital ya es motivo suficiente para experimentar la existencia como algo extraordinario. Ojalá este sentir pudiera ser compartido de forma estrecha, en un sempiterno abrazo, en una alianza cómplice y sentida llena de vida, amor y consciencia. Todo esto me lo repito una y otra vez para no olvidarlo. Especialmente ahora, en esta fragilidad que aún debe durarme un tiempo.

En fin, retablos de estos días, por eso de seguir sanando poco a poco. Al final del día uno termina comprendiendo de que no es el tiempo el que lo cura todo, sino la comprensión. Le prometí a mi querida M. que el día uno de julio guardaba mi calimero. Ahora que ya estoy medio bien, cargado de melancolía pero bien, espero poder hacerlo. Lo prometido es deuda. Ya tengo algo de comprensión, y ya ha pasado algo de tiempo. Y quien sabe, a lo mejor a partir de mañana algo extraordinario ocurra.

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Comprar galletas y alpiste


«No hay una vida completa. Hay sólo fragmentos. Hemos nacido para no tener nada, para que todo se nos pierda entre los dedos. Y, sin embargo, esta pérdida, este diluvio de encuentros, luchas, sueños… Hay que ser irreflexivo, como una tortuga. Hay que ser resuelto, ciego. Pues cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Los actos demuelen sus alternativas, he aquí la paradoja. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia, como arrojar piedras al mar». «Años luz” , James Salter

Esa era mi lista de la compra. Una definición absolutamente realista de mi momento vital. El alpiste para los pajarillos del bosque. Las galletas, para no pensar. Todo lo demás puede esperar. La lealtad, la honestidad, el turismo emocional, la reducción del apetito global por la prima de riesgo, los viajes, las aventuras, los libros. Todo son fragmentos, ahora ya no hay nada completo. Al menos así lo percibo en estos días tristes, solitarios, de pura dejadez.

Llegó por fin el gran diploma de doctor. No me hizo ninguna ilusión, ni siquiera la idea de tener que ir a recogerlo al sur. Tal y como está la gasolina, a uno se le quitan las ganas de ir al Ikea a comprar un gran marco para colgar, aunque solo sea este, algún diploma en la pared. No sé donde tengo todos los demás. Algunos aquí y otros allá, pero ninguno colgado. Hemos nacido para no tener nada, y un diploma más o menos no nos hará especiales, aunque ese diploma sea el de doctor en antropología. Ahora todos ellos me resultan absurdos. Como si todo se perdiera entre los dedos. ¿De qué ha servido todo eso? ¿Para qué, si a cada paso me alejo más de la consciencia y de la vida? Todo supura de forma extraña. Todo carece de sentido cuando te alejas de la creación, de su sentido, de su lógica, cuando el corazón se abandona en esa deriva incierta.

Esta mañana a una de las perritas le dio un síncope en el sendero de los castros. Yo no estaba, me lo contaron los de la casa de acogida. Iba deambulando buscando galletas y alpiste con la moto eléctrica y me paré a comer una cuña de pizza cuatro quesos en una carretera baldía. Allí me llegó la noticia. Por suerte pudieron reanimarla. La ola de calor y sus cosas. Me senté y miraba al infinito, a las montañas del fondo que dividen esta tierra celta del resto del mundo. Me imaginaba qué había más allá y la buscaba entre los mapas imaginados. Mi alma la busca y todo supura. Esta pérdida es como un diluvio de encuentros con la nada, de luchas, de sueños. Me pregunto cual ha sido la razón de conquistar el cielo para luego perderlo de inmediato, en un suspiro, sin motivo alguno, sin explicación alguna, sin oportunidad para remendar las paradojas. Un hola acompañado de un adiós, y todo se acabó.

Luego fui a esa exposición de piedra mineral. Excelentes trabajos, incluso cuando pude adivinar un tratado pitagórico puesto al revés. Me quejé a la autora y dijo que había sido Manolo, que debió ponerlo mal al no entender su significado profundo, esotérico y oculto. Me pareció una aberración, pero fingí que no me importaba y me fui a tomar un refresco. Alguien me hablaba mientras miraba al infinito, ausente. Vino al rato una hermosa mujer con su mismo nombre y se me revolvió toda la tripa. ¿Cómo es posible? Es un nombre tan extraño, ¿por qué se manifiesta en esta realidad de forma tan brusca?

Pues allí estaba, casi con su misma belleza, quizás algo más alta y esbelta. Cogí la moto y me marché corriendo, abatido, desesperado. Me encerré en la cabaña justo antes de las lluvias, cogí las galletas y me hice un gran vaso de leche con avena en polvo, para no pensar. Me sentía apático e irreflexivo como una tortuga. ¿Qué significado oculto tiene todo? ¿Por qué los umbrales me atosigan cuando la calma se derrama por cada avatar? No se puede dejar de amar, si has amado. ¿Cómo se deja de amar?

Me llamaron las antropólogas, la entrevista de hace cuatro meses, aquella que me causó contraer la enfermedad que me condujo a estar una semana en cama y gracias a eso poder conocerla, se había borrado casi entera. Vaya por Dios, pensé. De nuevo la entrevista. Quien sabe, a lo mejor es la señal de algo. Hay que ser resuelto, quizás algo ciego para no ver más allá del dolor. Sea como sea, cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Yo diría que nos impide hacer la cosa correcta. ¿Qué sería en este caso lo correcto? ¿Vencer o morir, que diría Shakespeare? Morir es dormir… y tal vez soñar… Graciosa niña, espero que mis defectos no sean olvidados en tus oraciones. Ser o no ser, ese es el dilema. Mañana contesto la entrevista. Necesito escribir. Siempre fue mi terapia. Escribir alguna tontería para aliviar el alma. Sí, es terapéutico. Es sanador. Como subir a la montaña o nadar en un río de agua helada.

Llamó poco después mi hermana en el cumpleaños de mi madre y nos sorprendió con una nueva noticia. Que dice que se casa. Sentí una gran alegría por ellas, y una gran tristeza por mí. Me hubiera gustado casarme y tener hijos y vivir una vida normalizada. Pero no, tuve que venir a vivir a una cabaña en un precioso bosque donde ni las moscas se atreven a venir. A pesar de ello, no deja de ser curioso. Aún sigo mirando todos los días esperanzado por la ventana. Y veo el bosque, y el verde oceánico, y casi puedo escuchar el murmullo de duendes y elfos que susurran como si fueran niños. Niños que esperan, niños que tejen algo dentro, algo indestructible. Miro, no paro de mirar, no sé porqué. Pero miro y observo y recuerdo el aullido de aquellos lobos, como si fuera la primera vez. Los lobos, la entrevista de las antropólogas, el bosque, las montañas…

Una buena amiga me llama todos los días para ver como estoy y para recordarme que esto no es vida, que viviendo en un bosque jamás podré tener una vida normal, ni tener pareja ni familia. Tiene razón, pero después de haber vivido aquí, no podría vivir en ningún otro lugar, a pesar de todas las angustias pasadas por un mal pagado amor. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia para el vasto universo, como arrojar piedras al mar, o comprar en un día cualquier galletas y alpiste. Si alguien en un infinito arrojadizo pudiera entender la trascendencia de todo esto, supondría un éxito para todo el ciclo amoroso. Por si acaso los astros cambiaran de posición, seguiré mirando por la ventana. Nunca se sabe. La vida siempre resulta extraña y milagrosa. La Vida siempre se abre camino de la forma más misteriosa posible.

Ante la ley del espejo, rompe el espejo


“Hay algo sagrado en las lágrimas. No son señal de debilidad sino de poder. Son las mensajeras de una pena abrumadora y de un amor indescriptible”. W.I

Empecé el año leyendo tarde y temprano el libro “Del Silencio”, del amigo Sergi Bellver. Quería empezar el año pensando en alguien que no fuera en mí mismo, y leyendo algo que fuera extraño para mi corto tiempo: una novela. Y qué mejor que una novela escrita por un amigo escritor al que aprecio especialmente, quizás porque empatizo con su vida errante, “sin techo”, y con mi sueño de construir algún día un refugio, un lugar, una escuela, un hogar donde poder acoger a todas esas almas errantes.

Una de ellas, aquella de las que os hablé hace un tiempo, “hombre mirando al sudeste”, lo llamaremos así para preservar su identidad, apareció unas horas antes de celebrar entre todos la nochevieja. Después de cinco meses acogido entre nosotros se marchó un día porque predecía para este año el fin del mundo. Llegó desorientado y mientras todos celebraban la fiesta lo vi pasar por entre la noche. Fui a buscarlo y lo saludé por su nombre: “ya no me llamo así, ahora me llamo Miguel, mejor dicho, Miguelito”. Estaba demacrado, con la cara desencajada, desorientado, no me reconocía, todo sucio y mal oliente. Le di un abrazo a pesar de su desconfianza. Lo llevé a la cocina y le ofrecimos algo de comer. Un primer plato, un segundo… creo que se quedó con ganas de un tercero, pero por pudor, no lo solicitó. Solo quería dormir. Le preparamos una habitación y se quedó dormido hasta las cuatro de la mañana. A esa hora la hospedera de turno le atendió y estuvo todo el día con él hasta que al mediodía me contó asustada que había intentado coger un hacha. Eso me puso en estado de alarma.

En los últimos treinta días habíamos atendido tres brotes psicóticos. Uno de ellos marchó porque un familiar se lo llevó. El segundo lo llevamos a su casa y avisamos a la familia. El tercero… el de Miguelito, este no tenía familia… Viendo que cada vez se mostraba más violento tomé la difícil decisión de llamar a una ambulancia. Llegaron en ella cinco personas del sistema sanitario, entre médicos y auxiliares. Ninguno de ellos pudo convencer a Miguelito de que entrara en el vehículo. Miguel, Miguelito, pala en mano, amenazaba al mundo y al sol que le perseguía. Me acerqué sin miedo a él, le pedí que me diera la pala y le susurré unas palabras desde lo más profundo de mi alma: “hazlo por ti, hazlo por nosotros”. En ese momento de frágil lucidez, sentí como Miguel dejaba paso al dueño legítimo de ese cuerpo, rompía con el espejo que le aprisionaba, se lanzaba a llorar y me acompañaba hasta la ambulancia.

Esa decisión creó en algunos cierta controversia, hasta el punto de generar pánico en un par de personas por no haber atendido mejor a ese pobre hombre. Así que tuvimos que atender a los demás con paciencia y calma, intentando explicar con lágrimas en los ojos que hicimos durante cinco largos meses todo lo que pudimos por él.

Hubo un momento en que todo me sobrepasó. La tensión de atender a tantas personas en momentos complejos, la rotura de las tuberías y el desembolso de más de cinco mil euros para que todo estuviera listo en estos días, las obras, todo por medio patas arriba, todo el caos antes de las fiestas… Tras el episodio y tras dar unos días de descanso a la hospedera me encerré en uno de los lavabos y me senté en el suelo a sollozar como hacía años que no lloraba. Me sentía superado por todas las circunstancias que en este último mes se habían acumulado una por una. El hecho de que me llamaran genocida por haber llamado a la ambulancia fue la gota que colmó un vaso que ya no podía más.

Me di cuenta del efecto purificador del llanto. Me volví a levantar, me fui a comer, luego a pasear y recuperé cierta fuerza vital, especialmente ayer que me tomé la tarde libre y me fui a los bosques con el amigo Geo, el cual nunca omite sobre nadie ningún tipo de juicio, y le puedes confesar con la mirada cualquier circunstancia sin juzgarte. Por la noche volví a la novela de Sergi, leyéndola despacio, esperando ver en la tragedia de la Segunda Guerra Mundial algún tipo de consuelo o esperanza ante nuestra pequeña tragedia contemporánea.

A pesar de haber empezado el año con dureza, veo lo bueno de haberlo emprendido con tanta hermosa compañía. Una compañía clandestina, pero la mejor de las compañías posibles. Así que hoy intentaré volver al optimismo, pensar que este año, a pesar de haberlo transitado con aspereza, será un año bueno. Romperé la ley del espejo, buscaré siempre en lo bueno dónde poder reflejarme. Seré paciente, seré perseverante hasta que un día pueda acoger al mayor número posible de almas errantes y pueda siempre susurrarles algo al espejo de su alma.

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Mañana un poquito más…


Día hermoso al mismo tiempo que difícil. Hermoso por el reencuentro de almas, especialmente por esa alma que un día el destino quiso unir para crear algo bello, único y diferente. Ha llegado desde muy lejos para estar un ratito con nosotros. Es verdad que solo será un ratito, pero será suficiente para renovar ciertos votos, cierto destino, cierto lazo místico.

Apenas tuve tiempo de atender a unos y a otros. Las llamadas se han acumulado, también los cientos de mensajes. Pero hoy quería prestar atención a ella. Estar con ella, pasear con ella, recordar con ella. Eso ha generado recelos, o celos, o enfados. Pero ya no me importa. Tan acostumbrado a las críticas, a estar en el punto de mira, a no hacer nada bien o a no estar a la altura de todas las expectativas, de verdad, ya no pienso en ello. A veces lo expreso así, a modo de desahogo, a modo de recapitulación vespertina, para que de alguna manera quede grabado en cierto éter. Pero no es como reproche, más bien es soltar una válvula de escape y dejar que la presión se airee.

Mañana un poquito más. Meditar, cantar, estirar, soportar los enfados de unos y otros, pero también las alegrías. Mirar con amabilidad a pesar de la dureza de cada situación, abrazar, seguir abrazando, perdurar en el cansancio acumulado, no desfallecer, saludar con amor incondicional primero a las perritas, luego a Geo, luego a las gallinas, a los gatos, a las ovejas, a los patos a los que siempre les gasto alguna broma. Luego llegas a la casa y ahí está el ser humano, con toda su complejidad. Noto que mi saludo es diferente.

El amor a los animales es inocente. El amor al ser humano es complejo. Y en esa complejidad está la prueba. Es fácil abrazar y amar a un animal, aunque algunos se los coman y esas cosas terribles que aún hacemos con ellos. Resulta fácil abrazar al pato sin comértelo, abrazar al cordero sin degollarlo e incluso jugar y hacer bromas con ellos. Ellos se sienten a salvo porque saben, en su inocencia, que hacemos lo posible por protegerlos. Pero luego llegas a la casa y sabes que todos te miran, te juzgan, porque hice aquello, porque no hice lo otro, porque dije tal o cual o omití decir tal o cual. ¡Es tan complejo amar al ser humano! Excepto cuando en algún recodo de humanidad, alguien te mira y te susurra al oído y te da las gracias de forma sincera. Entonces algo cambia, algo remonta dentro, algo se transforma. Esperanza y fe, solo con un pequeño susurro, con un pequeño agradecimiento.

Podría perfectamente coger mis cosas y marcharme a algún lugar tranquilo, alejado del ser humano, de su bullicio, de su egoísmo, de su rabia, de su enfado. Pero eso sería una trampa mortal para el alma. En la soledad, en el apagado brillo del retiro, no te puedes enfrentar a las pruebas que ensanchan el alma, el espíritu. Ahí en la guarida, en la cueva, ante los muros que nos protegen del otro, no podemos rasgar ni tan siquiera una pequeña grieta para que la luz nos penetre. Vivir solo te protege del dolor, del otro, pero al mismo tiempo, te impide crecer hacia la templanza, el dominio de nuestros demonios, la perseverancia. Todas esas cosas que de alguna manera te ensanchan, te expanden.

Mañana un poquito más. Mirar que a nadie le falte comida, ni agua, ni calor. Mirar que todo esté en orden y armonía. Observar si en el ambiente hay alguna distorsión de la personalidad e intentar aplacarla. Mirar las facturas, pagarlas. Comprar comida, herramientas, utensilios. Reparar lo que se rompe, que siempre se rompe algo. Respirar hondo en la meditación y prepararse para los problemas que llegaran, para los retos de cada día. Buscar fuerza, buscar mucha fuerza para sostener los procesos de unos y de otros. ¡Todo es tan frágil!

A veces siento que me romperé en cualquier momento. Lo noto en mi cuerpo cansado, fatigado por intentar llegar a todos, por intentar mostrar un poco de luz en tanta oscuridad. Alargo mi mano todo lo que puedo hasta que noto el dolor del brazo y su hueso roto. Alargo el corazón hasta los límites de su pulsar, entregando todo cuanto puedo. Miro en mis bolsillos para intentar acomodar cada moneda, cada ganancia, que siempre se transforma en algo para todos. Miro el suelo porque siempre hay algo que recoger. Miro los correos para ver cuántas respuestas aguardan día a día. Y luego miro el trabajo que me sustenta y me pregunto cuando podré atenderlo sin que nadie se enfade porque dedico un ratito para hacer facturas, maquetar algún libro o simplemente dar un paseo tranquilo a solas.

Sí, mañana un poquito más. Mañana todo será más fácil, me digo todas las noches. Mañana se obrará algún milagro que seguirá alimentando la entrega, la llamada, la vocación. Seguro que mañana, alguien, se acercará y susurrará algo al oído. Y ahí encontraré fuerza…

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Vidas posibles


Esta mañana pala en mano dando el extra. Gaia acompañándonos y dándonos ánimo…

 

Decía un amigo que los sueños te atrapan. Tener un sueño en la vida es como tener un corsé del cual no te puedes desprender ni escapar. Algo que te limita y te impide improvisar o dejar espacio para otras cosas. Mi vida ha estado llena de sueños, casi todos cumplidos. También de propósitos, algunos propios y otros más etéricos, de esos que uno piensa que pertenecen al común, al conjunto de lo que somos, más pertenecientes a lo intangible que a lo conmensurable. Cuando las cosas van bien uno no se plantea la calidad de los sueños. Simplemente fluye con ellos y espera ser útil a los mismos. Pero ya sabemos que la vida es un continuo discurrir entre diferentes epopeyas personales y ajenas.

Las gestas de estos últimos días me han dejado agotado. A pocos días de celebrar la Navidad en estas frías tierras, nos hemos quedado sin luz, sin agua, y con la casa inundada por múltiples factores. La primera inundación parecía que tenía que ver con las intensas lluvias de estos días. Hicimos, agotados, una gran zanja por un lateral de la casa. Parecía que todo empezaba a estar resuelto cuando hoy ha implosionado la tubería de los desagües generales, empapando todo el prado de…

Ahora toca buscar maquinaria pesada para que abran una gran zanja y podamos cambiar todas las tuberías… Todo esto con lluvia, con nieve, con viento y frío. Hoy hemos doblado la jornada hasta el anochecer para avanzar todo lo posible. Admito cierto cansancio y algo de frustración por todo lo ocurrido de repente. Tres semanas sin luz, unos días sin agua, inundaciones en la casa y ahora esto. Es como volver a empezar, cuando ya creía que este año habíamos terminado las grandes obras de la casa de acogida.

Hubo un momento, mientras cargaba las que parecían las últimas carretillas de tierra que sacábamos de la casa, que me paré exhausto bajo la lluvia, todo lleno de barro y agua. Miré los árboles otoñales que tenía en frente, el prado verde, las montañas. Alcé la mirada y me preguntaba, de todas las vidas posibles por las que podría haber transcurrido, porqué había elegido esta.

Admito que la respuesta es íntima y personal, compleja para ser explicada o confesada. Algo excesivamente transpersonal, espiritual o como se quiera llamar, como para dilucidarla en dos palabras. Cuando ya no podía más bajé al pueblo, a la sede de la editorial, para recargar móviles, ordenadores, lámparas de luz y demás objetos que en nuestro tiempo son necesarios para la supervivencia psicológica y profesional. Me senté en el sillón de mi despacho y miré mis títulos, todos los libros editados, todos los libros escritos. Ahí estaban todos mis sueños cumplidos tras tanto y tanto esfuerzo. Miraba también mi edad cronológica y me preguntaba cuánto tiempo realmente me quedaba por delante, y cuánto tiempo más iba a dedicar a apagar fuegos y más fuegos de este sueño tan complejo y difícil.

No encontré muchas respuestas. Podría morir en cualquier momento, somos así de frágiles. Incluso podría pensar en una vida más sencilla, donde pudiera ver la televisión, ir de vez en cuando al cine, incluso tener una pareja con la que pasear por algún centro comercial para comprar o simplemente ver a los demás hacerlo. Pero solo de pensar en esas cosas se me retorcía algo por dentro. De todas las vidas posibles, interiormente siento que esta es la que, a pesar de los avatares del día a día, me enriquece más.

Es como si pusiera en un lado de la balanza las necesidades de la personalidad (sus quejas, su cansancio, sus debilidades, sus sombras y distorsiones) y por otro lado las necesidades de eso que llamamos alma (con esa luz silenciosa que abraza toda incertidumbre) y ganara por absoluta mayoría la segunda. Y es ahí, cuando agotado, cansado y abatido, me levanto de nuevo y consigo llevar a cuestas el doble de carretillas que había arrastrado hasta ese momento.

Levanto la mirada, me cruzo de nuevo con el vuelo intangible del águila moradora, suspiro, y sigo adelante. No queda otra. Todas estas pruebas deben, de alguna manera, producir un efecto devastador en nuestro interior. Algo profundo debe ocurrir cuando la personalidad se inclina ante la inmensidad y el vasto dominio de la vida espiritual se presenta una y otra vez ante nosotros. Algo debe pasar cuando, ante la duda y la sospecha, se adquiere mayor fuerza y determinación. Mañana nos espera una jornada aún más dura que hoy. Seguiremos adelante. Esa es la consigna, ese es el aprendizaje de la tenacidad y la perseverancia. Ya disfrutarán otros de los frutos de tanto esfuerzo… No se trata de la reconstrucción de un edificio, se trata de un mensaje que, de alguna manera, quedará grabado en el mundo etérico.

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Egografía de un personaje


Dice un amigo, confeso escritor famoso, que su obra gravita en torno a sí mismo y a su propia experiencia vital. “Yo quería vivir literariamente, ser un personaje de novela, y empezaba ya a imaginarme, inventariarme y construirme como tal”, nos dice desde el empacho que cualquier celebridad se puede permitir.

Hablar de uno mismo está bien. Uno se puede convertir en el personaje de una historia. La vida real a veces supera la ficción. La egografía puede ser inspiradora. Puede animar a los demás a hacer cosas, a ponerse en marcha, a movilizar energías que antes estaban paradas, estancadas.

Nos gusta leer en la vida de los otros, aprender de ellos, seguir sus pistas. Esta mañana nos levantamos temprano. A las siete ya estábamos en la pequeña ermita, meditando y leyendo libros inspiradores. Había unas cartas que leíamos con atención. Trataban sobre la vida espiritual de los miembros de un grupo. Esas cosas inspiran, aunque esté ahí fuera nevando, nuestros cuerpos temblando de frío y todo un día gris por delante.

A las ocho hicimos una segunda meditación. Eran nuestros maitines y laudes vestidos de modernidad. En el desayuno aparecieron dos peregrinos que habían pasado la noche helados en su furgoneta campera. Iban hacia Almería y habían parado para conocer el proyecto. Como yo tenía que viajar al sur aproveché improvisadamente su visita para bajar con ellos hasta Madrid. Llegué a la estación de Atocha por los pelos, cogí un Ave y volé hasta el sur. Allí estaré siete días volviendo a darle un empujón a la editorial y buscando inspiración para los próximos meses.

Mi egografía se está volviendo de nuevo una aventura. En cada movimiento exterior aparece una oportunidad interior. Es como si el pánico a que nos vuelvan a encerrar multiplique mi necesidad de viajar. Hacia fuera y hacia dentro. Tras la muerte de Suzanne tomé de nuevo consciencia de la fragilidad de la vida. El tren está lleno de gente. Las miro con curiosidad. Es un momento frágil porque nunca más veré a todas estas personas, cada una con su historia, cada una con su misteriosa vida.

Incluso miro con curiosidad el personaje que ha nacido de mí. Lo hago desde una mirada fresca, sin juicio, abrazando todas mis imperfecciones, intentando abrazar cada uno de mis poros sin ofuscación. En el fondo todos tenemos algo hermoso, algo que brilla dentro de nosotros. Algo que nos puede reconciliar con la existencia incluso en los peores momentos.

Estoy llegando a la estación. No olvidéis amaros. Me espera una larga noche hasta que pueda llegar a alguna parte. Espero poder veros en el invisible lazo que nos une. A vosotros con mi pequeño ego, mi pequeño personaje, mi pequeño brillo. Ojalá sirva para inspirar alguna aventura, algún movimiento vital, alguna reconciliación con vuestro yo. Feliz noche.

Viento y locura


Yo sólo estoy loco cuando sopla el viento del Noroeste. Pero cuando corre hacia el Sur, distingo muy bien un halcón de un serrucho.

Hamlet, Acto II, Escena Segunda – William Shakespeare.

Diferenciar entre locura y cordura es complejo, excepto cuando sopla el viento. El viento está siempre asociado a todo tipo de trastornos mentales, a un aumento de la tasa de suicidios, las urgencias psiquiátricas, las depresiones y la ansiedad. Los científicos dicen que el viento tiene la capacidad de ionizar el aire, y el exceso de iones positivos afecta al estado de ánimo de todas las personas, especialmente a aquellos más sensibles. Esta es la explicación científica al viento de la locura, el viento de las brujas como lo llamaban antiguamente, ahora conocido como el efecto Foehn.

Lo cierto es que cuando los vientos agitan fuerte, puede ocurrir de todo. Hoy fue uno de esos días. Ayer cayeron las primeras nieves y empezaron los primeros soplos. El muchacho de la voz potente decía que empezaba a ver señales, que el final estaba cerca y que sería en el 2022, quizás un día siete de cualquier mes, pero sin duda, el final de la existencia humana, el apocalipsis, sería el próximo año. Yo le dije que un autor conocido había predicho que sería en el 2027. La «profecía» de J. J. Benítez es la siguiente: «un meteorito chocará con la Tierra en 2027 y habrá 1.200 millones de muertos». Él me miró incrédulo: “no, será el próximo año”.

Esta mañana tenía que lijar unas vigas. Poseía una cara desfigurada, ausente, diferente. Había algo en él que no estaba bien. Le vi marchar hacia el lugar donde tenía que hacer su tarea diaria, pero continuó caminando hasta un prado contiguo, dejando atrás su zona de trabajo. Allí, entre la hierba y el frío, con el titánico viento amenazante, se quedó inmóvil mirando al cielo. Por un momento me recordó a Rantés en alguna escena de la película “Hombre mirando al sudeste”. Era una imagen impactante.

Por la mañana habían sucedido cosas extrañas. Un cordero se estampó contra la puerta de acceso a la casa de acogida y rompió el cristal, así que durante unos días tendremos la casa abierta, entrando todo el frío y todo tipo de animales sin control: patos, gallinas, gatos, Geo… No supimos que había sido él hasta que horas más tarde vimos su cara llena de sangre. Al principio fue un estruendo que interrumpió, con el susto añadido, el círculo de consciencia. El muchacho de la voz potente lo vio como una indiscutible señal. Cogió algunas de sus cosas y se marchó.

Sin perder un ápice del equilibrio interior, sentí pena por esas almas perdidas, fruto muchas veces de las drogas o de una mala vida. Algunos podemos rescatarlos, otros se pierden para siempre en las lagunas de la memoria. Cogen sus cosas y sin aviso, se marchan en los días de viento. No siempre agradecidos por haberlos acogido durante meses, a veces incluso durante años.

Drogadictos, alcohólicos, emigrantes sin papales, enfermos mentales, depresivos, suicidas… La lista es larga, casi interminable. A veces hay éxitos, personas que dejan la bebida, que se reencuentran con su dignidad y rehacen sus vidas. Otras veces, como hoy, sentimos una sensación profunda de fracaso. Hicimos lo que pudimos, dimos un hogar, compañía y consuelo, techo y comida, pero no siempre es suficiente. A veces hace mucho viento, empiezan las señales y el fin del mundo parece cerca. Los renglones torcidos de Dios comienzan a configurar su peculiar deriva, con sus códigos, sus retahílas, sus secretos, sus interminables susurros, las voces, siempre las voces.

En sus mundos paralelos, no comprenden del todo nuestra inopia. ¿Cómo no podemos ver lo que ellos ven con tanta seguridad? A veces nos hacen dudar. Seguro que en otros mundos paralelos es cierto que vieron esas naves invasoras, ese apocalipsis, esa tierra plana, esas voces que susurran por dentro, esos meteoritos que caerán inevitablemente. Seguro que en algún lugar que desconocemos, esas realidades existen. Nosotros solo podemos advertir la nuestra y seguir acogiendo al desamparado, al perdido, a ese que un día coge la mochila y desaparece para siempre entre nieblas y vientos. A veces, en días de viento, unos vienen y otros van y nosotros, conmovidos, intentamos aunar todos los mundos en ese noble y esforzado servicio hacia los más desventurados errores de la Naturaleza.

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La servidumbre tranquila


Viajas por un asunto profano. Del septentrión al mediodía. Un viaje largo y pesado, pero necesario para que algo se mueva. Los viajes siempre zarandean algo, dentro y fuera. Las cosas se colocan, se renuevan, se transforman. Eso ocurrió de forma extraña. Los astros se conjugan, la vida se alinea y algo pasa de repente.

De nuevo la caballería antigua se resiste y decido, en un acto de psicomagia empujado por la necesidad, cambiar de carruaje, tras casi veinte años de servicio y más de un millón de kms de mi viejo amigo. Misión cumplida. Miro como hacerlo en un tiempo récord y actúo, a pesar de las pruebas, que siempre las hay cuando te empeñas en caminar firme hacia un destino.

Todo sale bien y de repente me encuentro con un carruaje excesivamente grande para mi gusto, pero necesario para la causa, sobre todo para estos terrenos difíciles, a veces llenos de nieve y a veces intransitables. Pruebo el nuevo coche, negocio el precio, hacemos la transferencia y mientras me daban las llaves, recibo la noticia de que me han dado la beca que solicité para escribir un libro en América. Todo al mismo tiempo.

Como si algún tipo de mensaje oculto hubiera tras la gesta, siento cierta alegría al mismo tiempo que extrañeza, tan poco acostumbrado a recibir buenas noticias en estos tiempos. Es una alegría contenida porque afecta al pequeño yo, al ego. Enseguida sale el síndrome del impostor, como si de alguna manera sintiera que no merezco dichos premios. Luego reflexiono y pienso que quizás estoy recolectando algún tipo de néctar, y que mejor disfrutar de todo mientras dure.

En todo caso, siento una especie de servidumbre tranquila, sin aspavientos, serenidad, paz interior. Me entrego a la vida, juego con sus elementos, entiendo que debe existir algún tipo de alineamiento astrológico especial y aprovecho la buena suerte para seguir adelante.

La beca del Ministerio de Cultura está dotada de diez mil euros y se da a escritores para que durante dos meses, y en cualquier lugar del mundo, puedan escribir un libro. Intenté buscar un espónsor en Alejandría que no contestó. Luego solicité en una universidad de Bolivia y tampoco surgió. Al final se vio algo de luz en Nueva York. La idea de Nueva York era, aprovechando que nos habían otorgado un premio nacional a la mejor edición de un libro emblemático, realizar allí algún tipo de escritura que siguiera las pistas de aquel escritor de antaño.

Eso en lo formal, pero lo que realmente me pide el cuerpo es hacer eso, pero también aprovechar ese dinero para conocer antropológicamente hablando las entrañas y profundidades de ese gran país. Alquilar algún coche, como en otro tiempo ya hice, y viajar por la América profunda, conociendo a los cuáqueros, a los sioux, a los amish, a los cherokee, los menonitas o los apache. Diez mil euros pueden dar para muchos más libros, estrujar en esa aventura más elixires, aprovechando esa beca para saciar mi necesidad de aprender, de escribir, de viajar. Un premio merecido quizás tras más de siete años de constante sacrificio, entrega y devota pasión hacia lo inefable. En todo caso, se presenta una nueva vida por delante, y veremos cómo se puede vivir de forma intensa.

Ahora que ya llegué a la pequeña cabaña, a los espesos bosques otoñales, tras este nuevo periplo, me siento satisfecho por la servidumbre tranquila y por la agitación inevitable que todo viaje conlleva.

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Permíteme hacer todo aquello de lo que soy capaz


“Dios es el pródigo que se derrocha a sí mismo”. Karl Rahnner

En 1871, perdidos en una aldea de la costa danesa, muy dominada aún por la más ferviente tradición puritana, dos hermanas solteras cuidan de la pequeña congregación, cada vez más menguante, que su reverendo padre dejó al morir. La repentina aparición de Babette, llegada desde París tras algunos infortunios, cambiará sus vidas para siempre. Babette es acogida con caridad cristiana como sirvienta y, años después, tras tocarle la lotería y poder si quisiera liberarse de ese afanoso trabajo, prefiere gastarse todo ese dinero, correspondiendo así a la bondad con que fue recibida, preparando una gran cena. El festín de Babette fue ganadora del Oscar a la Mejor Película de habla no Inglesa y nos sorprende por la fascinación de la idea de fugacidad de las cosas, del esfuerzo derrochado para que todo termine en un solo instante.

Pude ver la película tras la recomendación de la misma en un libro de próxima aparición en el que ahora estamos trabajando que trata sobre la Sabiduría de Jesús. Ayer mismo, tras llegar tarde y agotadísimo de una excursión con unos amigos del alma por los peligrosos bordes del río Ulla. El día anterior lo habíamos pasado iniciando en los misterios a un profano recién llegado. Espada en mano, y bajo los auspicios de la bóveda celeste, pudimos completar parte del edificio humano con una prometedora adquisición.

Solo llevaba unos días en los bosques, en mi pequeña cabaña, acurrucado de frío entre sábanas de franela, tras llegar de otro periplo por tierras del mediodía. Siento que cuando me muevo, como en los viejos tiempos, la vida circula y circula. Como en la película de Babette, solo deseo hacer todo aquello de lo que soy capaz. Como si la vida se fuera a  escurrir entre las manos y la urgencia de actuar fuera cada vez más exigente, aunque eso supusiera un sacrificio extravagante, como el de Babette.

Esta mañana se me ocurrió subir al amigo Geo, nuestro querido perro, al coche, y así pasearlo por media península como en los viejos tiempos. Me espera otro viaje de diez días para poner en orden algunos asuntos de diferentes índoles. Tras reparar el otro día el coche, de nuevo surge otra avería y un extraño ruido de motor. Ahora estoy en Mora, en la profundidad de la Mancha, muy cerca de Toledo, en una hermosa casa acogido por una bella alma que se apiada de esta vida mía. La idea es programar la escritura de un libro que haremos juntos. Estaremos aquí dos días trabajando y luego seguiré mi periplo hacia el sur, dejando atrás estas tierras rojas rodeadas de castillos, molinos de viento y olivares.

Pienso que este año, ante los malos resultados de la editorial debido a la crisis del Covid, tengo que reinventar de nuevo la manera de generar recursos. Así que estos viajes me permiten buscar aliados, generar ventas, promover libros y afianzar la posibilidad de que mayores contribuciones editoriales generen mayores ingresos. El único objetivo, lejano a la ambición personal, y quitando la necesidad imperiosa de cambiar de coche, es la de apoyar la construcción de la futura Escuela. Cueste lo que cueste, este año toca trabajar duro para equilibrar las cuentas y seguir haciendo, para ello, todo aquello de lo que sea capaz. Toca derrochar energías para, de alguna manera, volver a empezar. Y al final de la jornada, imitar a Babette y festejarlo todo en un gran banquete, fugaz, placentero, liviano. 

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Cumpliendo con nuestra parte


 

El tiempo me sostenía tierno y moribundo,
Aunque yo, en mis cadenas, cantaba como el mar.
Dylan Thomas, “Fern Hill”

Ha sido una aventura atravesar de nuevo toda la Península sin tubo de escape, con una avería nueva aún por identificar y con el coche cargado hasta los topes con la mudanza de Mayte, nuestra nueva hospedera durante todo este invierno, nueva residente en la comunidad y facilitadora de la futura Escuela. Lo siento como un gran regalo del cielo, porque su experiencia y recorrido vital encajan perfectamente con el propósito de este lugar. Activista política, cultural y espiritual. Doctora en alguna universidad de Canadá y profesora universitaria en universidades de Inglaterra, ha desarrollado su carrera de forma magistral, lo cual le permite, tras todo su bagaje y experiencia, tener la suficiente fuerza y valor para dejarlo todo a casi treinta grados que estábamos en su bella casa de Andalucía esta mañana para venirse a vivir a una humilde cabaña a casi cero grados que estamos ahora recién llegados.

Toda una odisea, todo un cambio impresionante de vida que he querido sostener a su lado estos días dada la magnitud de su apuesta. Quería ver en vivo y en directo como una persona transforma su realidad de forma radical, sin importarle nada todo lo que deja atrás y sin importarle lo más mínimo las dificultades que a partir de ahora va a encontrar en este complejo lugar.

Interiormente me siento aliviado. Por fin un aliado, por fin alguien que de alguna forma ha podido comprender en toda su esencia y magnitud la profundidad de este proyecto, y de alguna forma, ante esa visión y entendimiento, ha decidido apoyarlo al cien por cien. Sea un acto de rebeldía, de locura o de máxima responsabilidad con la Gran Obra, lo cierto es que aquí está, en primera línea, con toda su mudanza recién llegada en una gran furgoneta cargada sobre todo de libros, libros y más libros.

Mi misión es cuidarla, hacerle el tránsito fácil más allá de las pruebas que el propio proyecto nos tiene preparadas. Así que mañana compraremos una estufa de pellets para instalarla en la recién estrenada habitación de hospedera. Su misión en los próximos tres meses es a lo que la casa de acogida nos obliga: practicar la paciencia, la tolerancia, la fortaleza interior, pero sobre todo, la humildad. El servicio es aquello que nos aproxima al otro de forma reverente. Será un tiempo en el que habrá que sostener de forma tierna todo ese proceso. Será un tiempo en el que el espíritu de los tiempos nos ayudará a cumplir con nuestra parte en el Plan. Mucho ánimo y mucha fuerza para Mayte. Cumplamos con nuestra parte.

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Como pollo sin cabeza


Con cariño para Dolores, en su día de cumpleaños… :-). (Vamos a esperar)…

Decía alguien que, como Jesús hizo, podríamos vivir una simplicidad radicalmente inmanejable en la que no tuviéramos nada que retener, nada a lo que aferrarse, nada que abrazar. Todos los caminos del mundo, sean cuales sean, nos llevan al mismo lugar. No hay escapatoria. Ricos y pobres, altos y bajos, vagos y trabajadores. Al final todo se resume en un nexo que nos une como seres vivos. Solo nos queda elegir como queremos llegar a ese lugar. Hoy es un día propicio para hablar de ello. El día de los muertos, de todos los santos, el día en el que se celebra nuestro destino común.

Dolores cumplía años. A primera hora la llamé y nos reíamos un rato. Ella por su edad, que crece irremediablemente, y también por mí, que a pesar de mi vida, seguía como un pollo sin cabeza. La expresión y ocurrencia nos hizo reír. Nuestro mantra predilecto: “vamos a esperar”, se había transformado de repente en un hecho consumado. No hay nada que esperar porque los últimos años han superado cualquier relato de ficción, y la vida ha transcurrido alocada, como un pollo sin cabeza, como una impertinente intransigencia continua.

Es difícil explicar que esa aparente incoherencia está radicalmente afiliada a una vía de simplicidad, una especie de kénosis, o algo así como un sacrificio extravagante, inútil, quizás innecesario ante la mirada profana. Vaciar nuestra voluntad para entregar nuestras vidas a algo mayor, llámese Dios, Voluntad Divina o Misterio, puede resultar extraño en nuestros días donde los más inteligentes se entregan al dios Pan, al dios Dinero, y el resto, a lo que surja, sin mayor criterio.

Viendo el momento presente, el mismo instante de ahora, podría parecer inconexo. Llevo más de una semana durmiendo en un sillón, rodeado de cajas de mudanza, ayudando más etérica que físicamente -por ese brazo roto y casi inútil para según que cosas- a una amiga que lo deja todo para irse a vivir a una pequeña cabaña en un perdido bosque. Hoy hemos cogido el coche sin tubo de escape y hemos notado que fallaba algo más, sin saber exactamente qué. Llenamos el coche de cajas y lo encerramos en un parking público hasta que mañana emprendamos el viaje. Esta noche, bien tarde, enviaré una nueva novedad editorial a la imprenta. Lo cierto es que el estar alejado de los bosques, recluido en esta sureña casa durante unos días, me ha permitido poner cierto orden en la editorial. Una prudente y lejana distancia sobre tu lugar de origen siempre es inspiradora.

El pollo sin cabeza es un relato apocalíptico de una situación penosa. Sin embargo, interiormente la vivo con cierta alegría, desapego y simplicidad. Ser un monje mendicante tiene sus desventajas en este mundo del dios Pan y del dios Dinero. Pero nadie sabe aún de las ventajas que se atesoran en otros reinos. El tiempo y el espacio es otro, la vida es otra cuando las polillas temporales no pueden roer ningún tesoro temporal. La muerte, y hoy hablamos de eso, nos espera en cualquier momento, y la elección de cómo llegar a ella, como un siervo o un guerrero o un sacerdote o un avaro o un tirano o un mendigo o un ignorado y apócrifo peregrino es lo que determina la diferencia.

¿Quién es nuestro pastor en la travesía de nuestra vida? ¿A quien debemos nuestro tiempo, nuestros caminos? ¿En qué lugares de delicados pastos descansaremos? ¿Junto a qué aguas y de qué fuentes beberemos? ¿Qué es eso que confortará nuestra alma y nos guiará por sendas de justicia, amor y libertad? Aunque ahora andemos por los valles de la sombra y de la muerte, ¿qué vara y qué cayado infundirán en nosotros fuerza y coraje, aliento para el caminar? ¿En qué casa, en qué lugar, moraremos plácidamente mientras esperamos a que los caminos se junten?

Quizá esta vida loca y sin conexión alguna con la aparente realidad del dios Pan parezca propia de un pollo sin cabeza, pero en el fondo, a pesar de las interminables angustias que todo peregrino pueda acarrear, existe una claridad, una sincera visión de la Gran Obra. Y como constructores silenciosos, marcamos afanosamente nuestra marca en cada piedra cúbicamente labrada. Todo eso en sigilo y silencio hasta que algún día, alguien, desde lejos, pueda ver que aquellas piedras aparentemente inconexas, respondían a un trazado justo y perfecto y que allí, en aquellos lugares de delicados pastos, ser irguió una réplica de la Gran Obra, una simplicidad radicalmente inmanejable, como aquel Jesús de hace dos mil años que alguien decidió crucificar por no entender nada de su impertinente mensaje.

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La plaza


Vestir disimuladamente es esencial para ir a la plaza y no llamar la atención. No puedes quedarte en medio si deseas volverte invisible. Lo mejor es sentarte en una terraza, o en algún portal que pudiera sostenerte sin necesidad de muchos aspavientos. Las plazas es un fenómeno de la cultura europea casi inexistentes en el resto del mundo. Ir a la plaza es codearte con una esencia milenaria, de intercambios, de mercados, de olores, de seres que deambulan disimuladamente, errantes, hacia ninguna parte. Ir a la plaza es un acto de libertad disimulada tras un café matutino o una merecida merienda.
En la plaza encuentras a vagos y maleantes haciendo trapicheos. A yonquis intercambiando mercancía, pero también a gente elegante, adinerada, a jubilados y niños corriendo, a palomas y gorriones, aunque cada vez menos.

Algunas plazas tienen estanques o fuentes o la figura de algún insigne hijo de la villa. Son salones urbanos donde se atraviesa lo mejor de cada lugar. La plaza es el escenario vivo de la vida comunitaria, el decorado de un pueblo o una ciudad que grita vida. Resulta ser un lugar fantasioso, donde uno puede enamorarse de algún peregrino extranjero, o donde puede dejar llevarse por todo tipo de fantasías nocturnas. Algunas plazas tienen claros signos de poder político y religioso. Alguna iglesia, algún ayuntamiento, son edificios relevantes en las plazas. También el mercado o los lugares donde los estraperlos comparan sus valijas.

Las plazas del sur, siempre alegres y divertidas, son diferentes a las del norte, húmedas y sobrias. El sol y la luz de las blancas plazas del mediodía contrasta con el musgo y la niebla de las del septentrión, todas de piedra y pórticos que ayudan a refugiarse de la lluvia. Casi todas ellas, sean de donde sean, guardan algo en común: son lugares de paseo y reposo, de encuentros y algarabía, de celebración e intercambio. Puedes cruzarte con místicos o ateos, con ricos o pobres, con amigos y enemigos al mismo tiempo. Es un lugar de encuentro, de abrazo, de regocijo y gozo. ¡Quedamos en la plaza! Se grita a menudo.

Hoy paseaba por una de esas plazas. Me di cuenta de lo fascinante que resulta ser una persona anónima, observante, divagante, engullida por la ignota presencia de decenas de congéneres, cada uno con su trajín, con su retahíla, con su melodía, con su aura. Hoy he disfrutado de la plaza como nunca antes lo había hecho. Compré unas ligeras golosinas, me senté en un banco, hablé con algunos amigos, merodeaba en las energías que iban y venían y observaba atento cada detalle. Los edificios antiguos, siempre tan elegantes, en contraste con la modernidad, siempre tan parca y frugal. Sentí una emoción especial, algo burguesa por tener la oportunidad de disponer del tiempo a mi antojo. Me sentí rey por un instante, rey de la plaza, de la gran plaza tan llena de vida, allí comiendo una merienda infantil, alegre y feliz.

También sentí cierta angustia cuando vi a una señora ya mayor, solitaria, igual de observante, pero triste. De esas tristezas difíciles de desentrañar, en un atardecer vital que acompañaba a las pocas horas de sol que ya no quedaban. Había una sensación de ocaso en su mirada, de adiós, de abrazo al misterio. Miraba a unos y a otros refugiada tras una misericorde mascarilla, como despidiéndose de la vida, del mundo, de la plaza. Las plazas también son eso, un lugar de despedida. Un lugar que te abraza durante un instante para dejarte ir. Las plazas son como un útero que te acoge y que te expulsa, tras el sueño revelador, hacia otro mundo. Un día de estos, cuando menos lo esperemos, estaremos ahí sentados, en un banco, junto a la fuente o la estatua, mirando a unos y a otros, en nuestro ocaso, transitando, sosteniendo, vestidos disimuladamente, para no llamar la atención, comiendo golosinas infantiles, mientras decimos adiós.

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El escuadrón suicida


A las nueve de la noche llegué exhausto a la casa de acogida para saludar a nuestros huéspedes. Estuve un rato charlando con unos y con otros hasta que les dije que me tenía que marchar a trabajar, ya que aún me quedaban tres o cuatro horas de trabajo. Todos se quedaron un poco estupefactos. No entendían que a mi jornada laboral, tras un día tan largo y agotador, aún le quedara tres o cuatro horas de más actividad.

Mi admirada Alice Bailey se levantaba a las tres de la mañana para trabajar. Siempre he admirado a esas personas que influyen al mundo de diferente manera, y cuando lees su biografía, entiendes en parte porqué: trabajo, trabajo, trabajo. Alice llamaba a este tipo de personas el “escuadrón suicida”: servidores de la humanidad que, literalmente, trabajan hasta la muerte, logrando así más en un lapso corto de tiempo.

Con mi condiscípula Mayte hemos acordado estirar aún más los días. Ella se viene a vivir aquí a partir de noviembre. La idea es crear un monacato moderno, con sus propias reglas, y vivir en comunidad espiritual para inspirar algún tipo de respuesta en el campo etérico. A la meditación de las ocho de la tarde y las ocho de la mañana vamos a añadir una más, a las siete de la mañana, acompañada de algún ligero estudio inspirador. El resto del día lo dedicaremos a la construcción de la Escuela, la futura Comunidad y nuestros quehaceres cotidianos en la Casa de Acogida, las editoriales, las terapias, los escritos, …

Cuando Alice Bailey falleció en 1949, no había podido realizar todo lo que ella hubiera deseado, incluyendo la siguiente etapa de formación avanzada de la Escuela. Nosotros no estamos espiritualmente preparados para lograr terminar aquello que ella dejó a medias. Pero sí queremos empezar a poner las primeras piedras para que esa labor la puedan consumar aquellos que lo estén.

La construcción de la Escuela tiene tres dimensiones: la Escuela de Dones y Talentos, la Escuela Media o Preparatoria y la Escuela Avanzada. La Escuela Avanzada pretende recrear el escenario óptimo para que la personalidad reciba la inspiración directamente de eso que torpemente llamamos alma, ánima o consciencia. Recibir esos impactos y ponerlos al servicio de la humanidad es posible, pero se deben dar las circunstancias propicias. En esta nueva era en la que entramos existirán cada vez más lugares que provocarán esta transformación interior.

Nosotros queremos,  muy humildemente, ayudar a construir uno de esos lugares. Queremos ser una avanzadilla suicida que entregue sus vidas a este propósito. Nos mueve una fe ciega, una necesidad de ser útiles al mundo y una renuncia, a veces irracional, a nuestras propias vidas para que la Gran Obra continúe. Esa Gran Obra no es más que la construcción del ser humano completo, la transformación alquímica del animal que llevamos dentro en perfectos humanos, bondadosos, generosos, brillantes.

Para eso hace falta Camino, Presencia, Visión. Pero sobre todo, trabajo, esfuerzo y perseverancia. Ya hemos dado un primer paso sosteniendo bajo la economía del don una Casa de Acogida. En términos interiores, para nosotros se trata de la hospedería que todo buen convento tiene que tener. Pero sobre todo, de un hospital de peregrinos del alma. Un lugar sanador e inspirador que acerque a las personas al verdadero trabajo mágico del alma. Es desde esa visión a la que aspiramos, con la Escuela Avanzada, seguir construyendo la Gran Obra. Eso nos costará la vida, lo sabemos. Pero hace tiempo que no podríamos entender la vida de otra manera. Meditación, Estudio y Servicio. A eso nos debemos, con todo lo que eso significa.

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Hacia una vida normal


“En la soledad la rosa del alma florece
En la soledad el Ser Divino puede hablar
En soledad las facultades y la gracia del
Yo superior pueden echar raíces y
florecer en la personalidad”

Mientras paseaba por las blancas calles, Dolores me llamaba y me invitaba, más allá de mi vida de sacrificio constante, a que tuviera una vida normal, como la de estos días, como la de la mayoría de la gente. Trabajar en la editorial, pasear, tomar una palmera de chocolate, sentarme en la terraza de un bar y degustar algún capricho culinario… Las ciudades antiguas tienen un aire decadente hermoso. Se conserva el aroma de lo añejo, de las riquezas pasadas que aún conservan cierto esplendor oculto.

Mis días de vida normal ya se apagan. Han sido casi dos semanas de descanso anímico. Me levantaba a una hora prudente, trabajaba afanosamente, como antaño, paseaba entre calles aún risueñas, plagadas de gente. Las imágenes se me amontonan con cierto asombro e incredulidad. El barbero pelando al niño con el cigarro en la boca, Rafael, el vecino gitano gritando por las calles y acelerado de un lado para otro mientras la madre, desde el balcón, con un acento acentuado, pronunciaba su nombre a los cuatro vientos. En cualquier esquina una guitarra y ese hondo flamenco de grito agudo y tristeza profunda. La mujer con las palmas mirando con admiración al guitarrista y al cantaor mientras toman una manzanilla o un fino o un oloroso amontillado o el Pedro Ximénez o el Palo cortado. La carta de criaderas y soleras es infinita, legado de aquellos ingleses que dejaron aquí su impronta y algo más difícil de describir.

Lo que más abunda son los bares en esta mi vida normal. Nunca había sido tan asiduo a pararme en ellos, tomar un refresco, un vaso de leche o un zumo. Siempre pasaba de largo, mirando desconfiado a esos curiosos de las terrazas que copita en mano, que mezcla sonrisas con penas dependiendo del día. Pero quería una vida normal e imitar a la gente normal y ver qué pasaba.

Lo cierto es que he podido descansar entre plaza y plaza, mirando las palmeras y las cartas de sherrys abundantes por todas las esquinas. Aquí la luz es diferente, y por un momento me atrevía a imaginarme en un país extranjero. Encontré una relojería, aún abierta, pero sin relojes. Era antigua y miré para entender en qué se basaba su línea de negocio. Había un hombre mayor, de esos que destilan experiencia, de mirada perdida, vestido elegante, con tirantes que aguantaban el peso de los años. Me pareció como entrar en un museo antiguo resguardado por un guardián que se niega a cerrar la persiana, aunque ya no tenga relojes, aunque no venda nada.

En cualquier lugar puedes tomar unos churros calientes, recién hechos. Aquí son finos, delgados, pero abundantes, no como las porras del norte. No importa la hora. También se puede disfrutar de unas excelentes palmeras de chocolate como nunca las había probado antes. Ha sido mi entretenimiento de las tardes, bucear en las elegantes pastelerías en búsqueda de la mejor. La Rosa de Oro ganaba por goleada.

Este lugar es conocido por sus múltiples bodegas. De hecho, ahora estoy escribiendo desde la que fue una de ellas. Hoy pudimos abrir el portalón de esta antigua casa y pude ver la gran bodega que se escondía tras la puerta azul. Me impresionó ver la decadencia de la que hablaba, y me imaginaba viviendo una vida normal al menos una vez al año por estos pasillos lúgubres esperanzados en una gloriosa resurrección. Me da pena que mi anfitriona venda esta hermosa morada. Si conservara algo de capital se la compraba como refugio ocasional, como cueva escondida de vida normal. Pero mi vida de sacrificio, como dice Dolores, me alejó para siempre de estas inversiones. Ahora solo puedo pensar en gestionar ese sacrificio, esa vida algo extraordinaria, pero tan carente de placeres y paseos.

En esta vida normal he podido vivir una necesaria soledad. Estaba agotado, como siempre ocurre tras los veranos en los bosques, y aquí he podido recomponerme viendo como la rosa del alma florece de nuevo. No deja de ser curioso que esa normalidad que a la gente tanto agota, a mí me de cierta vida. He podido en estos días adelantar varios libros, terminar de maquetar la tesis doctoral, ya lista para ir a la imprenta, hacer algunas portadas y poner al día cientos de cosas que tenía pendientes. He establecido una rutina amable, diferente, normal, que me ha permitido sembrar algunas semillas con la esperanza de que retoñen en la próxima primavera. Dos semanas me han sabido a poco, y ojalá, a partir de ahora, pueda revivir con más frecuencia esta nueva normalidad.

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Lo que vio el poeta al anochecer


“No era la realidad de un hombre, sino la realidad del amor la que aparecía posible y esplendorosa ante sus ojos“… Jacinto Octavio Picón

Catalina, la vecina del primero, siempre nos hablaba con añoranza de su amado El Puerto de Santa María, la conocida como ciudad de los cien palacios, en la Costa de la Luz. De pequeño recuerdo las historias que contaba, imaginándome viajando a esos remotos lugares del sur para conocer a viva voz esos relatos. Me imaginaba las casas blancas junto al mar, rodeadas de olores inimaginables, de pescadores, de poetas, de soñadores. El Puerto de Santa María siempre había quedado dentro de mi propio relato infantil como algún lugar al que ir algún día.

Ayer pude hacer realidad ese pequeño sueño infantil aprovechando estos días de trabajo por el sur. Cuando vivía en Andalucía, Cádiz y sus playas remotas siempre se llevaban todo el protagonismo. Desde el otro lado de la bahía podía ver la soñada El Puerto de Santa María. Todos me decían que con el tiempo la bahía había caído en cierta decadencia, y que no merecía ser visitada. Sin embargo, desde el otro lado del mar, miraba siempre melancólico ante la posibilidad de algún día poder pasear por sus calles.

Ese día llegó ayer. En el mayor de los sures, bajo el crepúsculo de un sol otoñal, en el mediodía más cercano al mar, los pinares verdosos flotaban entre las brumas de un calor aún veraniego, mezclándose sus sombras entre carrascos y sabinas, retamas y lentiscos, acebuches y brezos de mar. Las campiñas de alrededor hervían vacías ya de trigo cortado y las casas blancas, aún en su estado de decadencia, parecían relucir como blanca paloma en el cielo.

En las tórridas calles, ya a la fresca, se veían parejas de enamorados deambular sin rumbo, parando algunos a tomar una tapita, una manzanilla o cualquier cosa que pudiera detener el paso del tiempo. El castillo de San Marcos presume de historia. Encierra dentro de sí una antigua mezquita de la cual aún guarda algunos restos, como la mihrab. Me quedé mirando sus paredes coralinas, su historia remota impregnada en el éter de cada una de sus piedras.

En la caleta del Agua, pasado Puerto Sherry por el paseo de la Bahía, llegas a la playa de la Muralla. Allí nos sentamos junto al mar en la Blanca Paloma, disfrutando de las vistas, viendo cómo los grandes buques salen hacia el océano y como en el ocaso del sol, se pueden ver al fondo las aves que viajan a África. Me tomé esa tarde como un paseo veraniego, de esos que este año no he tenido. Como si estuviera de vacaciones, aunque por el día la editorial demandara sus quehaceres y las tardes no sean más que remansos de más trabajo.

Me imaginaba al poeta Alberti paseando por estos lugares y observando todo aquello que uno puede ver con la mirada nostálgica de la edad cuando miras un anochecer junto al mar. Esa tímida fascinación que uno puede sentir por esos momentos en los que pierdes la mirada hacia el infinito, ese lugar que cobra vida entre la línea imaginaria que separa el cielo, del mar. Allí, rebosante de vida, se hundía el Sol, alumbrando con sus restos las aguas tranquilas de la bahía. Ese deslizar es furtivo y misterio, melancólico para aquellos que tuvieron que abandonar sus tierras de origen, como nuestra Catalina, la vecina del primero, que cambió estos majestuosos crepúsculos por el asfalto gris y triste de una gran ciudad. Siento tristeza, mucha tristeza, por aquellos emigrantes que abandonaron por necesidad sus lugares de origen y terminaron en el olvido de la muchedumbre, del asfalto, de la pobreza que uno atesora cuando te separas de lo esencial. Emigrar por necesidad es uno de los males de nuestro tiempo. Te arrebata la vida, te encarcela para siempre lejos de tus atardeceres.

Esta mañana fui a comprar algunas viandas y me paré a tomar un desayuno en la terraza de una gran plaza jerezana soleada y limpia. Lo hice porque es algo que nunca hago, y al ver tanta vida en aquella plaza, me invitó a sentarme, observar y recordar el ocaso de anoche. La filosofía, el pensamiento, la espiritualidad, no tendrían sentido si no fuera por el cúmulo de vida que derrochamos, por las experiencias que podemos disfrutar en un pequeño paseo, en una pequeña plaza, en los albores de una vida ya completa y cuyo significado solo puede ser descrito junto al mar.

Lo que vio el poeta al anochecer, como en el cuento de amor de Herman Hesse, no es tan solo un alarido del alma, sino la victoria de la vida sobre la muerte. El sol, que ayer perecía dando paso a la noche, volvió a renacer por la mañana. Los naufragios y las despedidas de la madurez tienen su recompensa en la acariciada visión del esplendor. El aplomo de los finales es la señal inequívoca de que la vida ha sido vivida. Los surcos de la frente y las mejillas, las manos agrietadas y temblorosas, el caminar lento pero seguro y la mirada… la mirada siempre fija en el mar… Solo hay que cambiar el placer por la música y la sensualidad por la plegaria, como decía Hesse, para darnos cuenta de todo aquello que un poeta puede ver. La realidad del amor, de cualquier amor, es la que aparece siempre posible y esplendorosa ante nuestros ojos.

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Aquello que hacemos en la vida tiene un eco inmortal


Trasmíteme el deseo de los dioses, me digo mientras miro por la ventana de la cafetería y retengo en la retina la fuerza del fuego en los volcanes isleños. Son las cinco de la tarde. Llevo aquí algunas horas mientras espero a que el mecánico me diga si el coche tiene arreglo o no. Los coches viejos no paran de dar problemas, achaques, averías. Hice malos negocios emocionales en el pasado, que repercutieron a mis malos negocios materiales. Pero respiro profundamente y me entrego a los designios de los dioses.

Todo esto a la víspera de tres viajes esta semana. Preparaba feliz mi viaje al sur de Galicia para tratar temas editoriales. Al día siguiente traslado al norte, para tratar y gestionar el misterio tras un año de ausencias. Y al día siguiente viaje a Madrid para otro tipo de menesteres, de esos de los que no se pueden hablar, simplemente porque nadie los entendería. Ahora todo en el aire, como la vida misma.

Trasmíteme el deseo de los dioses. Lo digo en plural, porque debe haber sobre nosotros una vasta jerarquía celeste. No podría entenderse el mundo de otra manera. La superstición religiosa resulta ser un bálsamo apropiado cuando dignificamos nuestra ignorancia sobre el cosmos y nuestra pequeña oportunidad existencial. Al verme tan pequeñito aquí tirado, en la mesa ausente de una cafetería , buceo en el deseo de los dioses.

La Cruz Cardinal, la Cruz Fija y la Cruz Mutable se fijan hoy en la luna llena de Virgo. He quedado con mis condiscípulos para cierta celebración. Me pregunto qué tipo de influencias pueden ejercer en nosotros los ciclos lunares. La luz es dispersa en las brumas de la noche. Deberíamos celebrar la luz del sol de otra manera. Quizás de una manera más directa, sin intervención lunar. Linda Geddes habla de ello en su libro “Bajo el Sol, la nueva ciencia de la luz solar y cómo influye en el cuerpo y la mente”. Me lo envía Encarna desde Maspalomas. Doy gracias por estos regalos que llegan y me adumbran. Rompen con la rutina, alegran el corazón.

Este fin de semana no fue especialmente especial. Vi una película donde había una frase que me conmovió. La he desvirtuado, pero el héroe de turno la pronunciaba con cierta celeridad: aquello que hacemos en la vida tiene un eco inmortal. Me pregunto qué tipo de eco puede tener este instante, en la cafetería, junto al parque, en el antiguo recorrido francés. Veo peregrinos, ordeno la agenda, miro al vacío, que es como mirar al cielo y ver las estrellas centelleantes en la planicie celeste, más allá de las nubes y la niebla. ¿Será la Tierra plana? ¡Qué cosas! Plana es nuestra mente, nuestra mirada, nuestra sensación de vacío cuando perdemos vida a cambio de instantes. La vida no se piensa, se vive. Desde el libre pensamiento y el libre sentimiento. Libres, vida, cielo, infinitudes, dioses, extraños sucesos en una mesa cuarteada, en un café con música de piano, sin clientes, bajo la esperanza de todos los mañanas.

Me entran ganas de viajar, de volver a ser lo que era, un peregrino angosto, alegre, arriesgado. Pero miro el reloj y el mecánico no me llama, lo cual significa que el coche tiene algo complejo. Al mirar el reloj, me interrogo sobre nuestro propio reloj interior. ¿Qué hora estaré marcando? ¿Cuántas horas de vida me quedarán por delante? ¿Me dará tiempo a percibir con mayor claridad el deseo de los dioses? ¿Y cómo podré, de ser así, servirlos con la mayor celeridad? ¿Seremos inmortales, como ellos, o solo una vaguedad más, algo sempiterno en su imaginación, breve, rezagados de la evolución, átomos cuyas vidas son instantes apagados?

Esta mañana me levanté con mil tareas urgentes. Las atendí una a una. Ir a meditar para conectar con mi yo interior y con el yo grupal. Esto siempre es una urgencia. Realizar el círculo de consciencia para ver cómo está el ánimo de la tropa de voluntarios, cada vez menos debido a la entrada del frío, la humedad, y pronto la escarcha. Desayunar algo. Coger el tractor para limpiar la zona de la futura escuela. A media mañana, ir al ayuntamiento a solicitar permisos para legalizar el pozo del agua, necesario para los permisos de obras de la futura escuela de meditación, estudio y servicio. Vaciar antes el pozo, volverlo a llenar, coger una muestra de agua y llevarla a analizar. Pagar algunos impuestos, redactar una carta para la justificación de la obra de la futura escuela, y a la vuelta, el ruido en el motor, la avería, el mecánico, el quedarme tirado en mitad de la nada, el buscar un lugar donde comer y esperar, esperar alguna señal de los dioses en una cafetería donde alargo las horas mientras el camarero me mira con cierta curiosidad. Mientras alargo las horas le dejo una buena propina. Es una forma de forzar sus deseos y una forma de alargar mi cómoda estancia.

Todo bajo la niebla de este otoño que ya ejerce su influencia. Y bajo la luna llena de Virgo. Supongo que todo esto tendrá algún eco inmortal. Al fin y al cabo, formamos parte de un misterio que aún no somos capaces de gestionar, más allá de la superstición, de la creencia, de la fe, del no saber a ciencia cierta cuántos minutos nos quedan aún de vida. Por eso, ¡oh vida!, mientras espero, trasmíteme el deseo firme de todos los dioses. El significado esotérico de la tensión es “la enfocada e inamovible voluntad” a pesar de las dificultades y las circunstancias. Mi inamovible voluntad sigue firme, trabajando, a pesar de todo, para servir al Plan perfecto de todos los dioses. Aunque sea en una vacía cafetería, bajo la luz del atardecer y un ocaso próximo. Ese es ahora mi eco inmortal.

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Un corazón amoroso


By Philip Rebstock

“Un corazón amoroso es el requisito principal: Respetar a la gente como a un hijo único; no oprimir ni destruir; no exaltarse a uno mismo aplastando a otros, sino confortando y siendo amable con aquellos que sufren. No pensar ningún mal ni cometerlo, sino por el contrario, pensar en beneficio de todas las criaturas.” [S. W. Laden La, Diario íntimo, 19 de agosto de 1923]

Desde hace unos días el sueño es recurrente. Ella aparece de repente, tan bella y esplendorosa como siempre, se acerca de forma amorosa y sin ningún atisbo de rencor o malicia, abraza todas mis sombras. Me enseña orgullosa todo aquello que compartimos, todo aquello que nos pertenece a partes iguales. Nos contamos cómo nos ha ido la vida e intentamos buscar una solución justa a todo nuestro pesar y angustia. Es un sueño hermoso, de reconciliación, de amistad.

Luego despierto y observo que aún me duele el brazo, que la cama sigue vacía, arropada por un exceso de mantas que aligeran un poco las primeras sensaciones otoñales. Tras la meditación y el desayuno intento hacer alguna tarea. Me atrevo a subir durante una hora al tractor. Lo dejo, es demasiado pronto aún. Ayudo al que puedo y en lo que puedo. A veces dando simplemente ánimos, algún abrazo, alguna esperanza.

Trabajo en la editorial intentando rascar algún euro más para apoyar la casa de acogida. Allí ocurre de todo. Hay menos personas ahora en otoño. Hoy el testimonio de alguien que relataba cómo había vivido en la calle y cómo de alguna forma nosotros le habíamos acogido sin juicio me ha conmovido. Hacía mucho tiempo que no lloraba por nada, pero hoy saltó una lágrima de emoción al escuchar las sinceras palabras de esa persona. No se trata de dar un plato de comida y una cama, sino de dar también esperanza, dignidad, cariño. Quizás eso fue lo que me hizo llorar en silencio. Ese corazón agradecido y amoroso que se mostraba ante los demás de forma vulnerable pero sincero.

Ser amables con aquellos que sufren y no exaltarse con los que abusan de la bondad y la generosidad es algo difícil. La hospedera que hoy terminaba su experiencia de tres meses nos llamaba héroes sin capa. ¿Cómo se puede tanta entrega, fortaleza y fe para soportar todos los avatares del día? Y además sostener una fundación, dos proyectos más, escribir libros, llevar una editorial. Eso me pregunto yo mismo. Noto que las fuerzas menguan, que aquello que antes me liberaba de la presión, los viajes, cada vez son más difíciles. Pero aún me queda vocación a pesar de las trabas, de las dificultades. Aún me queda fe y esperanza.

Por la tarde voy a comprar comida. Los ingresos menguan y los gastos empiezan a aumentar. El otoño es un tiempo de desequilibrio. No lo observo desde la queja, sino desde la prudencia. Las bonanzas del verano desaparecen y llega la supervivencia. Es ley de vida en este lugar donde siempre se tiene que tirar del apaño. Compro materiales de construcción para seguir la obra y a la vuelta recojo a dos personas que se han quedado sin trabajo y prácticamente en la calle. Nos piden ayuda. Cargo el coche con todas sus cosas, incluida una maceta con alguna flor ya casi marchita. Le preparamos una habitación para que descansen, una cena, y mañana será otro día.

Pensar en beneficio de todas las criaturas casi no te deja tiempo para nada. Llego tarde, escribo estas letras para desahogarme y me pregunto si aún me quedará alguna hora para ordenar facturas y albaranes, pensar en el día de mañana y optimizar aún más los recursos. El viernes me toca encargarme de la casa de acogida. Se nos va la hospedera. A estas horas el húmero me duele algo más. Me sube algo la fiebre e intento respirar hondo para absorber del aire algo más de energía, de prana, de éter.

Un corazón amoroso debe estar alerta, nunca sabes cuanta más gente necesitará un plato de comida, una cama, pero sobre todo, fe, esperanza y cariño. Dormiré algo y seguiré soñando con todas aquellas personas a las que no pude ayudar. Con todas aquellos seres a los que dañé sin querer.  Soñaré en la reconciliación y la amistad desde un corazón amoroso, humilde, amable. Así, cuando despierte, podré seguir ayudando a mucha más gente, aunque duela, aunque me quede sin fuerzas, sin prana.

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Extraño contraste sobre la verticalidad y la jerarquía


Charlando con Geo sobre cosas de la existencia

 

La principal causa del origen de la muerte, según el Tao, es el nacimiento. Aún así, nadie conoce el origen del origen. Extraño contraste de verticalidad y jerarquía. Esa es siempre la primera y aparente observación de una mente inclinada a la indagación. Un momento telúrico, enfrentado, sin resolver. Creo que la confusión empezó cuando se denominó Dios a los dioses creadores, así, en plural. No fue un “dios”, sino varios, como afirma la propia Biblia cuando nos habla de los Elohims. El Primer Motor de todo lo creado, al que podríamos llamar el «Creador Principal», no podría ser nunca nuestro “Dios”. Tampoco sería un Dios Absoluto, sino una entidad creada, más allá de cuyo universo hay un algo creado a su vez por OTRO Creador, nos dicen desde las Pléyades. Si seguimos esta secuencia, el Creador del «Creador Principal» puede tampoco ser el que existió primero, y ser a su vez hijo de otro Creador…

Para ilustrar este lío, podemos tirar de una anécdota acaecida estos últimos días con respecto a una cagada de murciélago, o de ratón, o de rata, o… Veamos la confusión jerárquica y su extraño contraste de verticalidad, para entender el origen del supuesto creador. Advierto de antemano que solo mentes agudas, despiertas e inteligentes podrán entender la analogía. La anécdota se desarrolla así:

Que alentador encontrarme caca de ratón/rata/murciélago en el estropajo de la cocina y en la fregadera. Antes se ha movido un bicho por el tejado a esa altura y ha hecho que cayese”. Dijo algo disgustada la nueva vecina. “¡Vaya! Cómo está el vecindario… pondré una queja al presidente de la comunidad, este año le toca al gato Merlín”. Le dije sorprendido por la desconsideración de los habitantes nocturnos de la casa.

Fui hasta el gran Merlín, el cual reposaba plácidamente en unos de los troncos del antiguo tejado, junto al depósito del agua, al pie de la nueva era. “Merlín -le dije- he recibido queja de la nueva vecina, al parecer se ha encontrado algo de suciedad en la cocina”. Me miró con esa cara de complacencia que siempre pone. Señaló hacia el estanque y dijo: “Esta semana le toca a uno de los patos el mantenimiento de la casa, habla con ellos”. Miré a los patos, y como tenemos un hermoso anticiclón justo encima, andaban reposando junto al estanque, estirando las alas y las patas mientras gozaban del sol y la buena temperatura.

Hola patitos, buenos días”, les dije. “La nueva vecina ha encontrado suciedad en la casa y busca un responsable”. “Yo no he sido”, exclamaron los dos patos mientras se reían entre ellos. “Pero me ha dicho el gato Merlín que os pregunte, que estáis de responsables de mantenimiento”. “Yo no he sido”, respondieron de nuevo entre risas, intentando emular algún tipo de elusividad cósmica. De repente señalaron a las gallinas: “Hoy es domingo, les toca a las gallinas cuidar de la casa”.

Las gallinas estaban cerca de la huerta, rebuscando entre la hojarasca algún apetitoso gusano que llevarse al pico. Había tres reunidas y cuando me vieron llegar, ante la ausencia de gallo desde la trágica muerte hace unos meses en manos del zorro, se agacharon las tres a la vez y exclamaron: “Písame, písame, písame”. Atendiendo sus súplicas, con una mano las cogí del cuello, e imitando la loable labor de un gallo, con la otra las pisé una a una: “Toma, toma, toma”, les decía mientras golpeaba suavemente su espalda plumífera. “Ohhhh, gracias”, exclamaron las tres al unísono mientras se revolvían el plumaje y miraban el cielo sin entender cómo una mano podía ser portadora de creación. “Bueno ya está bien de sentimentalismos. Me han dicho los patos que hoy os tocaba a vosotras mantener el orden, y la nueva vecina se ha encontrado una catástrofe en la casa”. “¡Ohhhhh, por la memoria del gran Alectrión, una catástrofe!”. Exclamó la tríada al unísono mientras coquetas se despeluchaban el plumaje. “Si es algo grave, es mejor que hables con el gato Chip, él está de guardián y de seguridad”.

Busqué al gato Chip, el más pequeño de todos, bisexual, medio cojo, destronado por unos y por otros, un efebo incomprendido. Solo piensa en tener sexo y con su rabo cortado y sus peculiares andares siempre anda sucio y perdido. Todo un personaje. Lo llamé y lo busqué y al rato lo encontré cerca de una de las cabañas, acosando a la gata Meiga que intentaba huir de sus persecuciones incesantes. “¡Hola Chip!”, le grité fuerte para que dejara el acoso. “¡¡Deja de molestar a la linda gatita!! Eres un pelma”. Le dije. Me miró con cara de deseo, pero no entré al trapo. “A ver Chip, vamos a centrarnos. Que me han dicho las gallinas, que vaya tres, por cierto, que estás tú de vigilante. Ha habido una hecatombe en la casa y la vecina está muy afectada, no sé qué hacer y me han dicho las gallinas que hable contigo”, le dije con ademán de enfado. “No me hables en ese tono que sabes que soy muy sensible. Es por la tarde, y en las tardes es Meiga quien resuelve los conflictos”, me dijo mientras se lamía una pata. La gata Meiga, medio escondida detrás de un árbol rodeado de setas y envuelta en una madreselva dijo: “¡Te he escuchado gato Chip y sabes que no es cierto! ¡Los domingos no tengo porqué resolver nada! ¡Que pregunte al perro Geo, él siempre está dispuesto a echar una mano, aunque sea domingo!

Mi paciencia estaba hasta los límites y busqué a Geo. Corría por la colina que viene del Castro de Santa Margarita. Venía feliz y lleno de barro. Cuando me vio vino corriendo a saludarme: “Paseo, paseo”, gritaba mientras me rodeaba y saltaba encima de mí. “Bueno, bueno, bueno, como vienes. ¿Dónde has estado todo el día? Qué te tengo dicho de las salidas a estas horas”. Geo seguía saltando: “¡Paseo, paseo!” Gritaba. “¡Geo, no hay paseo! Ha ocurrido algo terrible con la vecina y tenemos que resolverlo. Me han dicho que hable contigo”. Le espeté. Entonces dejó de saltar, agachó el rabo, miró disimuladamente hacia el suelo, y se fue corriendo gritando: “¡¡habla con Gaia!!” “La madre que lo parió”, pensé para mis adentros, cada vez más encendido mientras veía cómo desaparecía por el bosque. “¡Paseo, paseo!”, se escuchaba a lo lejos.

Ante la impotencia manifiesta, ya solo me quedaba hablar con la vieja y gruñona gata negra. La busqué en su sitio preferido, en el hueco de una ventana rota, tomando el sol medio dormida. “Disculpa Gaia”, le dije con mucha delicadeza. “¡Olvídame estúpido! ¿No ves que estoy descansando?” Me dijo mientras gruñía y refunfuñaba. “Es que la nueva vecina…” Intenté decirle… “¡Eres idiota, desaparece! Y dile a la vecina que resuelva ella sus asuntos”… Dijo malhumorada, como siempre, mientras salía corriendo hacia el tejado de la vieja ermita.

Indignado, agotado, iracundo, me fui hacia la cocina para hablar con la vecina y le dije: “Ya hablé con todos los vecinos”, le decía mientras limpiaba la suciedad. “¿Y quién se ha cagado?” Dijo disgustada. “El Creador Principal”, contesté. “¿Cómo dices?”, dijo mientras me miraba desconfiada. “No importa. Espero que no vuelva a pasar”. “¿Pero fue el ratón, la rata o el murciélago, quien se cagó?” Exclamó. “Es una larga historia que tiene que ver con el origen de los tiempos, el extraño contraste de verticalidad y la jerarquía. Otro día lo hablamos”, dije cansado. La cocina quedó rápidamente limpia, y mientras me marchaba, pausado por el contraste entre el tiempo y los tiempos, entendí la principal causa del origen de la muerte y la causa total de toda la Creación.

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Habiendo castañas…


‘Meules’, Claude Monet, 1890.

 

Teniendo arroz y pasta, se puede sobrevivir con unos veinte euros a la semana. Unas galletas, algo de fruta, algún aguacate y algún capricho pequeño para dar la sensación de que toda crisis puede resolverse con algo de humor. La ventaja de ser vegetariano es que con veinte euros no tienes que hacer grandes inversiones en proteína animal. Ni siquiera sé cuánto vale una merluza o un trozo de buey o ternera o un pollo (qué aberración interior siento de solo pensarlo). Como todo está enclaustrado y cerrado, tampoco va uno, como en aquellos tiempos pletóricos, de cenas o de comidas con nadie, donde uno podía gastar veinte euros por cabeza en cualquier lugar agradable. ¡Qué tiempos!

Hoy hacía buen día y cogí la moto y me escapé a la ciudad a comprar algo, ya que llevaba casi dos semanas sin abastecerme de comida. La culpa fue de un cocido de garbanzos que se vino arriba y tuve que comer durante tres días seguidos. Si a eso le sumamos las cenas a base de castañas, que aún perduran, el ahorro semanal ha sido enorme. Así que después de pasarme toda la mañana haciendo cemento para asfaltar un trozo de nueva acera cerca de la ermita, me fui y compré algunas cosas.

Veinte euros suponen un gasto aproximado de ochenta euros al mes en comida. Ahora eso me parece una barbaridad, tal y como están los tiempos, y me pregunto cómo me las ingeniaba en los años anteriores para que nunca faltara comida a los más de treinta comensales que en verano solían participar del proyecto. Solo de pensarlo me doy cuenta de que algo de magia había en todo aquello. Magia, tesón, sacrificio, desprendimiento y mucha imaginación. Debo decir que me fastidia que ese gran esfuerzo nunca sea reconocido del todo. Aún vienen personas ingratas que se dedican a criticar una y otra vez todo cuanto aquí se hace. Hoy mismo llegaba alguien con deseos de hacer daño, de poner la punta en cualquier llaga.

Interiormente me sentía fuerte y seguro como para no hacerle caso y atender sus quejas. Incluso me siento fuerte y seguro para dejar de dedicar tiempo a todo aquello que reste y no sume. Creo que de alguna forma estoy haciendo una limpieza interior, alguna especie de catarsis cuya conclusión pasa por cuidarme un poco más y exponerme un poco menos. Recuerdo que una vez, en mi ingenua búsqueda intelectual, me presenté en la casa de un conocido escritor cuyo rótulo de bienvenida decía algo así: “no se aceptan visitas”. Había realizado muchas horas de viaje para toparme con ese exabrupto. Años más tarde nos hicimos, paradojas de la vida, buenos amigos y pude disfrutar de toda su compañía y sabiduría intelectual. Pero ahora, con el tiempo y el hartazgo, puedo entender ese cartelito en la puerta. Y es que hay cosas que en la vida es mejor no aceptar. Incluso me atrevo a decir que hay personas que es mejor no dejar entrar en tu vida. Lo digo sinceramente sin rencor ni reproche, desde cierta paz interior. Deberíamos ser más selectivos, y no perder el tiempo con aquellos que te tolean, te marean, te engañan, te utilizan, te menosprecian, te atacan, te pisotean, te dañan de forma gratuita. No merece la pena, de verdad.

Lo digo también porque mientras tenga pasta y arroz, podré ir tirando, pensando un poco en mí, cuidándome mejor, y dejando de darlo todo para los demás sin ni siquiera buscar un remanso de paz o de bienestar para mi persona. A ver si con esto consigo ponerme al día de todo. Pagar todas las deudas ocasionadas por esta atrevida aventura y dedicarme de nuevo a la alegría del vivir desde la paz que te ocasiona el no deber nada a nadie. Cada vez lo siento con mayor fuerza. Como decía el bajísimo, necesito poco y de lo poco que necesito, necesito poco. Casi diría que veinte euros a la semana en comida es una aberración. ¡Habiendo castañas por recoger! También ha sido una aberración atender amablemente a todos aquellos despiadados uno a uno, viendo como después traicionaban tu amabilidad o amistad a la primera de cambio. Eso se acabó.

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Fe y vida


Campo de amapolas cerca de Giverny, Claude Monet, 1885

 

Están siendo tiempos muy duros para muchos. Tiempos de pena, tristeza y depresión. También aquí se vive con cierta nostalgia por todo lo que se ha perdido. No tanto por los bienes materiales, sino más por los bienes anímicos, las relaciones, lo humano. Estos días sentía cierto arrebato. Me paraba a mirar las redes sociales y veía la futilidad del instante, de las relaciones que ahora más que nunca son ilusorias. Empecé a mirar y me fijé… ¡cinco mil amigos! Miré con más profundidad y me daba cuenta de la ilusión, del glamour, de la mentira que estamos fabricando entre todos. ¿A cuántos de esos cinco mil conozco de verdad? Me entretuve por un rato a mirarlos uno a uno. Empecé eliminando a gente que no conocía de nada. Cuando llevaba cuatrocientos eliminados uno a uno, busqué alguna fórmula más rápida. Alguien inventó una extensión para hacer ese tipo de operaciones de forma más contundente, eliminando de cien en cien. Dediqué otro tiempo hasta que llegué a los dos mil eliminados. Allí el sistema, la red, detectó mi imprudencia y me impidió seguir adelante con mi exterminio masivo. Así que, ante la imposibilidad de tener dominio sobre el programa, decidí eliminarme a mí mismo.

A nivel emocional seguía tejiendo y destejiendo, esperando, como Penélope, algún tipo de señal o mensaje que nunca llegaba. Realmente no sé qué esperaba. Penélope siempre fue signo de fidelidad conyugal tras veinte años de espera. Pero aquellos eran otros tiempos. Eran tiempos en los que había relaciones conyugales y también fidelidad a las mismas. Cosas serias, responsables, comprometidas. Ahora eso terminó. Hay relaciones mercantiles a lo sumo, donde el interés prima sobre lo demás, o relaciones virtuales, sin más. A hechos pasados me remito. Así que lo mejor es dejar de tejer y destejer, y dejar de mirar desde la torre, junto al espejo, junto al telar. En este mundo virtual donde se anula el tacto, el olor, el calor, el sabor, el abrazo, el arrebato, la risa, la imperfección de toda relación de carne y hueso, con sus idas y venidas, el correr juntos por las veredas, sin todo esto, casi no merece la pena estar.

Así que aprendiendo de errores pasados decido caminar hacia otro lugar, hacia otra utopía. Caminar mucho, al menos tres veces al día, junto a Geo, corriendo con él por los verdes prados, por las hermosas veredas, junto al río, sobre las lomas de las montañas. Es la mejor de las terapias. Correr, correr, correr. Jugar en la hierba, comer juntos, vagar juntos. Correr hacia fuera, al mismo tiempo que corro hacia dentro, hacia otra realidad. En un mundo tan solitario, la compañía de un buen amigo canino es un tesoro. Andar con un can es la mejor de las terapias para no entrar en los alaridos del llanto, en la tristeza, en la congoja.

El correr tiene un efecto poderoso en el cuerpo y el ánimo. Es como si la vida se reciclara, circulara. Ya lo he dicho muchas veces, pero estos días lo he experimentado con especial fuerza. Hoy una amiga me decía que en su comunidad están trabajando con los ángeles de la fe. La fe es aquella sustancia invisible que mueve todas las cosas. Estos días ando sintiendo eso, fe.

Fe cuando buscaba a alguien que pudiera ayudarme en las labores de corrección editoriales, a pesar de la crisis. Fe cuando organizaba los cuestionarios para el grupo semilla, que si todo va bien, convivirá un año para cocrear la futura Escuela bajo los auspicios de la ética viviente. Fe cuando miraba al cielo y veía que, a pesar de todo, gozaba de buena salud y lo más importante, estaba vivo. Fe en la mañana, cuando veía que en los suelos aún quedaban castañas para asar por las noches. Fe en el mañana. Porque el mañana se escribe a cada renglón de presente. La materia es energía, la energía es frecuencia. Cambiando la frecuencia de nuestros pensamientos cambia la energía, y con ello, nuestra realidad. Es el mantra que me repito estos días cada vez que me viene algún triste pensamiento, alguna herrada y perdida emoción: “cambia de frecuencia”, me repito una y otra vez.

Así que me encuentro en un momento de fe, de inspiración, de alegría interior. Fe en la inquebrantable fortaleza que nos mantiene vivos a pesar de todo. Estoy en la fase de aceptación, de dejar de esperar, de dejar que la vida se vuelva a reordenar de nuevo. Eso, inevitablemente, creará en un futuro no muy lejano, la posibilidad de lo milagroso, del cambio, de la vida plena. Estoy convencido. Siempre ha sido así. Con fe y esperanza, el ánimo recorre nuestras vidas de forma diferente. Es un cambio de frecuencia. Es un cambio de energía. Es un cambio de realidad. Y deseo de nuevo que ese cambio de realidad sea sobre la base de lo Real. Así que disculpadme si en lo virtual estoy apartado o rancio. Deseo experimentar el calor de verdad, la vida estrecha e íntima, la de carne y hueso. Fe y vida. Vida de verdad.

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Vivir es no acabar


© Andreas Jorns

 

Vivir es no acabar. Acabar es solo morir.
Juan Ramón Jiménez

Hay una fuerza inherente que nos mueve hacia adelante. Más allá de toda dificultad, el principio de supervivencia nos lanza una y otra vez hacia el mañana. Me daba cuenta cuando hoy, afanosamente, cambiaba los aperos del tractor. Era la primera vez que lo hacía. Tras segar toda la finca, ahora tocaba labrarla, fresarla en el lenguaje del campo. No entendí el concepto de fresar hasta que esta mañana pasaba una y otra vez por los campos tupidos de hierba y otoñales hojas secas. Al terminar me acerqué a la tierra y parecía otra, esponjosa, blanda, aireada.

Aún no se trabajar la tierra pero aprendo gracias a los consejos de los paisanos, de los vecinos que se mofan un poco de nuestra ignorancia diciendo eso de “tantas carreras y no sabes labrar la tierra”. A veces me defiendo diciendo eso de que soy editor y escritor, que lo único que sé hacer es editar libros, escribir algo, meditar, reflexionar sobre la vida, crear utopías, imaginar el mañana, etnografiar el futuro. Esa visión de las cosas no les convence, porque alguien que vive aquí debe saber cambiar un apero y manejar bien el tractor, y que por muy doctor que uno sea, de no saber lo básico del campo, es sinónimo a ignorancia supina. “Estoy aprendiendo”, me digo a mí mismo para consolar mi ignorancia como granjero, como hombre de campo.

Pero es cierto que vivir es no acabar. Siempre pienso que hay mucho por hacer. No solo en estas casi cuatro hectáreas, sino en el mundo en general. Con o sin dinero, siempre hay mucho por hacer para mostrar simpatía al mundo, inofensividad, aprecio, cariño. Siempre me rijo por la ley de no molestar, de no hacer excesivo ruido. Pero si alguien lo pide o lo necesita, intento mostrarme cariñoso y atento. Y si alguien necesita ayuda, intento echar una mano, o dos, o las que pueda. Un abrazo siempre viene bien, venga de donde venga.

Hoy leía una frase que me repito a mí mismo desde hace muchos años: “Una Ley Oculta dice que la verdadera enseñanza espiritual debe darse gratuitamente; jamás debe ser vendida, ni estar supeditada a la posición económica del buscador”. Dar gratis lo que gratis has recibido, “para que a aquellos que den, les sea dado para que puedan dar nuevamente”. No todos pueden entender esta ley. De hecho, cuando esta mañana estaba peleándome con los aperos y viendo lo primitiva que aún es la tecnología en el campo, regía mis emociones bajo este principio.

“¿Qué hago yo labrando la tierra o cuidando esta finca?” Realmente hay una fuerza motriz que me empuja a hacerlo, a pesar del desagrado que me producen todo este tipo de actividades que nada tienen que ver con la sutiliza de la antropología, de la filosofía o del mundo de las ideas en general. Realmente llevo siete años practicando la ley oculta, dando mi tiempo, mis recursos y casi mi vida entera para que cierta enseñanza pueda ser compartida de forma gratuita a todo el que por aquí asome.
Claro que la enseñanza que se ofrece en este pequeño bosque es muy sutil. ¿Cómo explicar el misterio de la síntesis o la vacuidad o la impermanencia si no mostrando bajo el rostro del sol apenas algún resquicio disimulado? ¿Cómo hablar de la importancia de la inofensividad disfrazada con diplomacia bajo tres pequeños principios que afectan sobre todo al cuidado de la vida?

Es evidente que la enseñanza espiritual del futuro no será una enseñanza intelectual, como la que a mí tanto me gusta, sino que será una enseñanza que tendrá que ver con la intuición, con la sutileza que el contacto del alma ejercerá sobre nuestro cerebro y mente. Por ese en este lugar, que pretende ser humildemente la proyección simbólica de una verdadera escuela espiritual del futuro, intenta desarrollar esa intuición mediante el ejemplo y la práctica, mediante la observación y la meditación constante. Es solo un borrador, un boceto, pero esperamos que pueda inspirar a mucha gente.

Y por eso, supongo, esta mañana andaba yo peleándome con los avíos para poder fresar la tierra y así quedara preparada para la próxima primavera. No sabemos aún cómo será la normalidad en ese tiempo, pero hay que persistir y hay que continuar, cueste lo que cueste, cumpliendo con nuestra parte. Vivir es no acabar, así que continuemos adelante, aproximemos nuestra vida al pneuma, al espíritu que nos mueve, al alma que nos soporta. No hay mayor dolor que dejar de vivir. All you need is love… 🙂

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¿Qué ocurriría ante un gran apagón?


Una de nuestras primeras y rudimentarias instalaciones solares

 

Hoy tuve que ir al pueblo a cargar el ordenador. Desde que llegó el otoño y bajó el sol y llegaron las lluvias y las nubes y todo tomó un cariz gris, empezamos a tener problemas con las placas solares y el suministro de electricidad. A pesar de que habíamos aumentado la capacidad este verano, no ha sido suficiente. Llevaba tiempo observando la trayectoria del sol. Als estar rodeados de árboles sin mucho margen para colocar las placas, buscaba claros donde el sol incida directamente. El único lugar era el prado, pero estaba demasiado lejos de la casa.

Busqué por foros y pregunté a unos y a otros y me desaconsejaron alejar las placas de las baterías. Había la opción de comprar un cable lo suficientemente grueso para que llegara algo de electricidad al inversor y de ahí a las baterías. Compramos los cables y estos días desplazamos, entre lluvia y barro, las pesadas placas solares hasta el prado. Hicimos la conexión pero no funcionó, era demasiada distancia para tan pocas placas. La única solución que se me nos ocurrió es pensar en la manera de sacar las pesadas baterías de la casa y trasladarlas hasta las placas. Hemos comprado una caseta de jardín para instalarlas allí dentro y ver si con esta solución podemos tener algo de luz. Mientras llega la caseta y hacemos todo el traslado estaré unos días sin electricidad, y trabajando precariamente, como aquel que dice, cuando se pueda.

Claro que mi precariedad no tiene nada que ver con otro tipo de precariedades. Para nada me gustaría estar en una mina sacando carbón, o en el mundo fabril trabajando a destajo, o en la obra, aunque aquí no pare de trabajar, más por gusto que por obligación, en ese mundo de la construcción. Ni tampoco en una oficina cerrada con vistas a una pantalla durante horas y horas. No puedo quejarme de precariedad, aunque no tenga por unos días electricidad y todo funcione a medias. De hecho, los primeros años no teníamos, y trabajaba en las cafeterías del pueblo o recargando el ordenador y el móvil en las baterías del coche híbrido.

Así que estos días es como recordar viejos tiempos, y también sirven para cuestionarnos qué ocurriría si de repente hubiera un gran apagón. Si algún día cae internet o la electricidad todo se vendrá abajo. Al menos todo lo que viva de la mano del mundo digital. Mis vecinos, que aún viven en el mundo analógico, no echarían en falta muchas cosas. Su trabajo con las vacas, los prados y la huerta no requiere una gran sofisticación. Mi caso es todo lo contrario.

Editar libros requiere de programas complejos que se desarrollan en potentes ordenadores que requieren electricidad e internet para poder funcionar. Quizás por eso, inconscientemente, haya aprendido las técnicas más elementales del mundo de la construcción y ahora sienta mucho interés por la huerta y sus misterios. Cuando resuelva el asunto de las placas intentaré esforzarme un poco más en la supervivencia natural. Tal y como está todo, quizás sea necesario aprender a sobrevivir en el campo, aprender las artes del cultivo y rezar para que salga alimento abundante.

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